martes, 29 de julio de 2025

13 días en Japón (日本): ruta estándar y no tan estándar

Highlights del viaje:

  • Calor que no por ser anunciado resulta abrasador
  • Dimitri deja a un lado su calculada mesura y pierde los nervios
  • Apoteosis de templos y tiendas: se agotan las reservas de palillos en Japón
  • El transporte público más complejo del mundo: 5 gaijin perdidos en la maraña de trenes y metros de Kyoto y Tokyo (Google maps: te queremos)
  • Paz zen en Takayama (salvo por los osos)
  • Cata y borrachera de sake a 1000 yenes por cabeza
  • Relax húmedo y aromático en un auténtico sento japonés
  • Katanas convertidas en paraguas y paraguas en katanas.
  • La comida más deliciosa y artística del mundo: ir a un restaurante japonés en España deja de tener sentido
  • No saben inglés pero te atienden como si fueras un embajador: la cortesía y el respeto japonés no tienen límites.
  • Y por último: resbalón fatal al pie de la torre de Tokio: visita de urgencias al Haruyama Memorial Hospital en plena fiesta nacional (moraleja: nunca viajéis sin seguro médico)

Día 1: 29-30 de julio: iniciando el plan.

Tras meses de preparativos, el equipo inicia su camino hacia el país del sol naciente. 

                   De izquierda a derecha: Dimitri (The stony guy), Juanma (The Landing Vulture), Sonia (The angry sergeant), Darío (Monsieur L'orange), y Silvia (the Black Lady)


    Dejando por una vez sus habituales actividades criminales, la idea era pasar una vacaciones de verdad, obviando los encargos de Salvatore y los cantos de sirena de la yakuza. (ヤクザ). El plan de viaje era estándar: Un total de 13 noches comenzando con la primera en Tokio recién llegados al aeropuerto de Haneda y alojamiento en la zona de Shinagawa con el fin de tomar el primer shinkansen (tren bala, 新幹線) a Kyoto al día siguiente. Seis noches en la antigua capital imperial del Japón con la idea de, además de visitar la ciudad, moverse desde allí para conocer la región de Kansai: Nara, Himeji, Kobe y Osaka. Dos noches en los alpes japoneses, en concreto la ciudad de Takayama, y por último cuatro noches en Tokyo. 

    Llegados a Haneda, 13 horas de vuelo pasan factura. Pies hinchados y caras somnolientas y largas (no fiarse de la foto). Japón lo merece pero está muy, muy lejos. Nos consolamos con que a Marco Polo le llevó dos años llegar al lejano oriente desde Europa. Primer contacto con la organización y amabilidad japonesas. Decenas de empleados y empleadas te indican con calculadas (y por supuesto inmerecidas) reverencias dónde dirigirse o qué formulario rellenar. Finamente la deseada etiqueta de turista/visitante queda adherida a nuestros pasaportes. Comienza la expedición. 

La foto más falsa de este blog: tras 13 horas de vuelo en clase turista nunca sonreír para una foto resultó más forzado.

    Tras comprar las imprescindibles tarjetas SIM para nuestros móviles en el aeropuerto (5000 yenes por una con 10 GB de datos, más que suficientes para un viaje de 15 días) nos adentramos en el complicadísimo sistema de transporte japonés. Dimitri, que ha estado en la selva amazónica, en los bajos fondos londinenses, en los bosques repletos de osos de California, o en las aguas infestadas de tiburones del Yucatán, jamás se sintió más aterrorizado. A pesar de que el hotel elegido estaba relativamente cerca del aeropuerto, alcanzarlo sanos y salvos no es apto para todos los públicos. Hay tren (varios), metro (varios), tranvías y monorailes (varios), buses (varios). Hay líneas que pasan pero no paran. Hay líneas que paran pero no pasan. Hay transbordos que multiplican las posibilidades de perderse por 10 o por 100. Olvídate de preguntar: nadie habla inglés y tú no hablas japonés. Finalmente, con la ayuda de Google Maps (Enseñanza número 1) y de que los japoneses en un detalle de piedad infinita también escriben los nombres de las estaciones y líneas en lo que ellos llaman romanji (es decir, nuestro alfabeto latino) es posible (pero no probable) que llegues a tu destino. 


    Hotel sencillo pero conveniente en el "barrio" (aunque tratándose de Tokyo, "barrio" debiera ser "ciudad") de Sinagawa. Caótica primera cena en Japón: las camareras no saben inglés y el japonés que aprendiste en la academia no te sirve ni para salir de casa (por supuesto hablarles en español no funciona tampoco). Aún así, ya apreciamos desde el primer momento el sabor inigualable de la cocina nipona: no sabes lo que pides, pero con seguridad estará delicioso, o, como poco, diferente. Paseíto corto por las calles circundantes y a descansar. 

Día 2: 31 de julio: como balas hacia Kyoto.

    Tras un desayuno japonés estándar en el hotel (estándar significa que hay comida occidental, pero también japonesa), nos volvemos a pelear con el transporte público. Comprar cinco billetes de metro desde nuestro hotel a la estación de Shinagawa (donde pasa el shinkansen) resulta de nuevo el parto de los montes. Un amable japonés con rudimentos de inglés se desvive por ayudarnos. Por algún motivo comprar cinco billetes sencillos resulta problemático, incluso para él (¿tienen los japoneses algún problema con el número cinco?, por el c... ah, ahora lo entiendo!). La alternativa es comprar 3 y luego 2, pero, ay de nosotros, la tarjeta de crédito no es admitida por la máquina. Al final interviene la autoridad: un señor perfectamente uniformado al mando de la estación nos consigue los cinco billetes en la única terminal que admite tarjetas de crédito. Enseñanza número 2: en Japón, paraíso del orden y la tecnología, siempre lleva efectivo. 

    En la gigantesca estación de Shinagawa, parada de la línea Tokaido (la línea de Shinkansen que une Tokio con la zona del Kansai, donde está Kyoto y Osaka), las cosas mejoran. En la cola de las taquillas hay una persona especialmente dedicada a ayudar a los extranjeros a conseguir sus billetes. Hablar con alguien en inglés se convierte en música para mis oídos. Conseguimos como caídos del cielo cinco asientos reservados para el siguiente Nozomi (el tren rápido entre los rápidos, es decir, el que menos paradas tiene) a Kyoto, por poco más de 14000 yenes por cabeza (unos 83 euros al cambio). Enseñanza número 3: no es necesario reservar billete en esta línea, salen trenes cada 10 minutos, cómpralos en la estación. 

    Viajar en shinkansen es también una experiencia. Serviciales empleados pendientes del buen funcionamiento de todo. El paisaje sucediéndose a gran velocidad con un suave zumbido de fondo. Una uniformada señorita con bombín pasa cada cierto tiempo por el vagón y antes de abandonarlo se vuelve hacia su "audiencia" y saluda con una cortés reverencia. Viajeros habituales abren sus bandejas de comida y saborean con placer contenido sus empaquetadas delicias. Jovencitas de piel blanca se retocan el maquillaje con la ayuda de sus móviles. Jovencitos con modernas camisetas y pelambreras negras y abundantes las acompañan. La misma voz megafónica y cantarina que nos acompañará durante todo el viaje proporciona información diversa y avisa de las respectivas estaciones, en japonés y en inglés. El tiempo parece detenerse justo cuando más rápido te mueves. La calma y el relax de la alta velocidad japonesa nos invade. 

    Tras poco más de dos horas de viaje llegamos e Kyoto. La imponente estación de Kyoto nos recibe. Pero también la bofetada de calor más cruel y despiadada que nunca experimentarás. Combinada con el cansancio y el jet lag, la mezcla resulta explosiva. La paciencia se agota y la tensión se dispara. La mala leche nos invade. Llegar al apartamento y comer resultan objetivos prioritarios, pero no sencillos. Igual da estar en una de las ciudades más bonitas de Japón y del mundo. Estar al abrigo (perdón por el sarcasmo) de un aparato de aire acondicionado es lo único con sentido. 

Torre y estación de Kyoto.

    Tras la toma de posesión de nuestro cómodo y completamente equipado apartamento a 10 minutos al sur de la estación de Kyoto nos dirigimos al supermercado más cercano a tirar de traductor. Que no falten ni cervezas ni croissant. Toca buscar dónde comer (nunca se elige bien cuando el calor y el hambre presionan a la vez) y adentrarse por primera vez en el corazón de la ciudad. La oficina de turismo de la región de Kansai está en la "tercera" (segunda) planta del edificio de la torre de Kyoto (Enseñanza número 4: en Japón, los pisos empiezan a contar desde el suelo, de forma que nuestra planta baja es la primera planta allí). Una amabílisima empleada, que además hace gala de rudimentos de español ("¡Buenas tardes!", "¡Hasta la vista") nos explica con detalle qué ver y cómo verlo. Dimitri ya le había echado el ojo a un tal JR Kansai pass que permite el uso ilimitado de líneas de los ferrocarriles japoneses (JR, por sus siglas romanji) en la región del Kansai, que, como se ha dicho, es la región al sur de Tokio que engloba las ciudades de Kyoto y Osaka, así como Kobe, Nara y Himeji. La amabílisima empleada de la oficina de turismo nos confirma la opción y recomienda la compra del pase de cuatro días por 7000 yenes por cabeza (unos 42 euros). Además, el pase incluye un bono por un día para usar el subway (metro) de Kyoto, así como las líneas "Hankyu" y "Keihan" que van a parte... y es que, amigos lectores, el transporte público japonés fue ideado por los Akuma (demonios de cabeza fiera y ojos de fuego típicos del folklore japonés). En Sevilla tenemos Metro (una línea), cercanías (Renfe) y autobuses (en Barcelona quizás se complica un poco más la cosa con los Rodalies). En Kyoto y en Tokio hay metro (en Tokio además dos compañías diferentes con sus billetes separados), el JR (el equivalente a nuestra Renfe), y compañías privadas que han creado sus propias líneas y cuyos billetes se compran aparte. Si a esto sumamos que hay que comprar los billetes con efectivo y que no se puede comprar de forma sencilla cinco de una sola vez, las ganas de aventurarse en el subsuelo para ganar tiempo se difuminan...

    Sea como sea cogemos el metro y aunque salimos por la estación equivocada, echamos la tarde visitando la zona de Pontocho, una calle paralela al río lleno de restaurantes y bares, alojados en casas de madera tradicionales de la zona (machiyas), así como infinidad de turistas, incluyendo muchos españoles. 


Zona de Pontocho. Monsieur L'Orange haciendo amistades. Dimitri y The Vulture bajo el influjo de la luna de Kyoto. 

    Esa misma tarde también visitamos por primera vez el barrio de Gyon, cuna tradicional de las geishas de Kyoto, el Minamiza (el antiguo teatro kabuki de Kyoto) y el bonito, sobre todo por la noche, santuario shintoista de Yasaka-jinja

    
Teatro Minamiza y santuario sintoísta de Yasaka-jinja. 

    Cenamos estupendamente en un restaurante especializado en okonomiyaki, la tradicional "pizza" japonesa típica de la zona de Kansai. El restaurante en el mismo barrio de Gyon (https://maps.app.goo.gl/9ARgxyRRLrWiskjS8) tiene una excelente relación calidad/precio, además de uno de los camareros más enrollados de la zona. 

Día 3: 1 de agosto: "ardientes" maravillas en Kyoto.

    El primer día que amanecimos en Kyoto no nos impide "disfrutar" desde primera hora de la mañana del salvaje clima veraniego de la ciudad, confirmando la vieja idea de Dimitri de que ser turista es una profesión muy dura. Empezamos a aprovechar el pase JR yendo a visitar uno de los templos más bonitos de Kyoto, aunque no sea de los más famosos, el Nanzen-Ji (南禅寺), con su impresionante puerta de madera, la Sanmon (三門).que alberga un espiritual Buda en su planta superior.  Este es un templo budista, normalmente marcado en el Google Maps con el símbolo de la cruz gamada original: (no la invertida de infame recuerdo), que no debe confundirse con los santuarios shintoistas. La forma más fácil de distinguirlos quizás sea que los templos, además de tener imágenes de Buda en posición elevada y prominente, suelen ser espacios cerrados, mientras que los santuarios shinto están al aire libre con un torii puerta de madera o piedra de diseño inconfundible () a la entrada. Algunas veces ambas religiones comparten espacio, y de hecho, un gran porcentaje de japoneses son a la vez budistas y shintoistas. Se suele decir que el shintoismo es la religión que se usa para los ritos de vida (como los matrimonios), mientras que el budismo se ocupa de la muerte y de la "otra vida" (como los funerales). 

El templo Nanzen-Ji visto desde su edificio más emblemático, la puerta Sanmon. 

    Tras el oasis espiritual del Nanzen-Ji nos encaminamos a visitar una de las joyas turísticas de Kyoto, sobre todo a los que les gusta la historia: el castillo de Kyoto o Nijō

                  Entrada principal a la fortificación interior del castillo de Kyoto (Nijō)

    Conocido como la residencia del shogún de la casa de Tokugawa, tiene una gran importancia histórica porque fue el lugar donde el primer shogun Ieasu Tokugawa recibió el poder de manos del emperador en 1603, iniciando el shogunato o periodo Edo, que duró hasta 1868, y que se caracterizó por convertir a Japón en una sociedad feudal, aislada del mundo. Curiosamente, en la misma sala (que se puede visitar, con excelentes explicaciones en inglés, así como figuras a tamaño real que escenifican los hechos ocurridos), el último shogún devolvió el poder al emperador en 1868, iniciando la llamada restauración Meijí, que modernizó el Japón. A este respecto Dimitri no puede menos que recomendar la serie Shogún, basada en el libro homónimo de James Clavell, y que narra con relativa precisión histórica los acontecimientos alrededor del año 1600, así como la película El último Samurai que hace lo propio con los de 1868. 

    Desgraciadamente, la visita resulta un tanto desagradable debido al calor extremo, que los ventiladores situados en el interior sólo consiguen mitigar a duras penas. Las chicas arrojan la toalla y se van a esperarnos en el aire acondicionado de la cafetería  y la tienda de souvenir, mientras los demás terminamos la visita con los amplios jardines que rodean el palacio del shogún. El itinerario también incluye una visita a la galería donde se conservan los originales de las valiosas pinturas que adornan las dependencias del palacio. 

Detalles de la calurosa visita al castillo de Kyoto (Nijō). En la parte superior se puede apreciar el ubicuo símbolo de la casa Tokugawa, la dinastía de shogunes que governó Japón desde 1603 hasta 1868. 

   Finalizada la "dura" visita al castillo, tocaba reponer fuerzas, y que mejor lugar que el mercado de Nishiki (https://maps.app.goo.gl/2ctbvPNqK6jP5GBi8), desparrame de restaurantes, bares y tiendas de comida y artesanía en pleno centro de Kyoto. Es importante resaltar que la velocidad de avance para cinco turistas españoles en este lugar no supera los 5 metros por hora, dada la cantidad de estímulos visuales,  olfativos y auditivos que pueblan este característico enclave. 
    
  Detalles de la visita al mercado de Nishiki, en el centro de Kyoto. 

    Son horas las que se puede permanecer en el mercado para almas débiles como las nuestras, pero aún duros objetivos turísticos nos esperan: qué mejor plan que ir a la caída de la tarde al afamado santuario Fushimi Inari Taisha (伏見稲荷大社), al que se puede llegar tanto en JR como con la linea Keihan. Este santuario sintoista, dedicado a la diosa Inari, diosa del arroz y del sake, y que es fundamentalmente conocido por sus larguísimos pasadizos de torii anaranjados colocados en fila, es en realidad un parque inmenso (sin entrada de pago), con varios edificios sagrados muy vistosos, sobre todo a la entrada, pero también numerosos altares repartidos por el recinto, así como secretos y espirituales rincones repartidos por doquier al abrigo de la suntuosa vegetación. Otro lugar en el que uno pudiera echar horas, si no el día entero, si no fuera por el calor húmedo y pegajoso que nunca nos abandona. Por este motivo, en verano, se recomienda visitarlo al amanecer o con la puesta de sol, tal como hicimos nosotros. Incluso existe la posibilidad de hacer la visita con un plan senderista, dado que hay una montaña que ascender, con un santuario adicional en lo alto. Un lugar mágico y embriagador, de visita obligada para toda alma fuerte o débil que visite la ciudad. 

Detalles de la visita al santuario Inari-Taisha. Nota: la luz anaranjada que se percibe en el bosque no es fuego, es la luz de la puesta de sol filtrada a través de los árboles. 


    Finalizado el día toca volver al apartamento, con pérdida y despiste incluidos por tomar un tren en dirección contraria. Por fortuna el jefe de estación correspondiente nos indica con extrema cortesía cómo volver a la estación de Kyoto, previo pago, cómo no, de la diferencia en el coste del billete, porque la cortesía no está reñida con el seguimiento estricto de las normas. Enseñanza número 5: Para un japonés el cumplimiento de la normas es tan sagrado como cualquiera de los santuarios a la diosa Inari que acabábamos de visitar. 

Día 4: 2 de agosto: El templo dorado y el cumpleaños de Dimitri.

    El día siguiente tiene un objetivo claro, visitar el Kinkaku-ji (金閣寺. Nota anecdótica: el primer kanji de la palabra, 金, significa "oro", curioso, ¿verdad?) más conocido como El templo del Pabellón Dorado, icónica estampa japonesa y uno de los lugares más visitados de Japón (y, probablemente, de los más fotografiados del mundo). Este templo es además doblemente famoso por la descripción que de él hizo uno de los escritores japoneses más conocidos y relevantes, Yukio Mishima, el cual escribió una impactante novela con el mismo nombre, basada en la historia real del monje budista que prendió fuego al lugar en 1950. Dimitri visitó el Kinkaju-ji el año pasado por las mismas fechas sin haber leído el libro y un año después vuelve al mismo lugar con la memoria de sus páginas en el pensamiento. La novela es absolutamente fascinante, al igual que el lugar que lo inspiró. No toca contar aquí, por aquello de los spoilers, el motivo por el que el protagonista decide incendiar el pabellón, pero sí que quizás sea una de las razones más profundamente asociadas a la debilidad humana que uno pueda imaginar, y que Mishima supo plasmar con hipnótica maestría.



Vistas del templo del Pabellón Dorado (Kinkaku-ji) y cinco turistas estropeándolo. 


    Entrando en detalles más mundanos, llegar al templo no es fácil desde el centro de Kyoto. Está lejos, al pie de las montañas que rodean la ciudad, sin ninguna línea de tren, metro o sucedáneo llegando a la proximidades. La única opción es un largo trayecto en autobús o tomar un taxi, como hicimos nosotros. Otro detalle mundano: al igual que nosotros humanos, el pabellón dorado solo es bonito, increíblemente bonito, desde lejos. A medida que nos aproximamos se le empiezan a ver los defectos y pierde encanto. ¿Sería por eso por lo que el protagonista de la novela de Mishima lo veía como algo vivo?

    Tras la visita al Kinkaku-ji, aprovechamos la cercanía para visitar una de los templos con pagoda de 5 pisos que adornan de vez en cuando este inabarcable país. Con las fuerzas al límite, y agotados por el calor, decidimos volver en autobús al apartamento y refugiarnos allí hasta la caída del sol. Larga fue la "siesta" que solo conseguimos ver deprisa y corriendo, por los pelos y con las últimas luces del aquel día, el célebre bosque de bambú en Arashiyama, al que se llega en línea JR desde la estación de Kyoto. Oportunidad también para contemplar, desde la orilla el milenario arte de pesca japonés en el río Katsura, que utiliza cormoranes atados con cuerdas para atrapar los peces. 

Estampas de la visita a Arashiyama. 

    
    Por cierto, dicho sea de paso, ese día era el cumpleaños de Dimitri, y por aquel inoportuno motivo decreta cena en un restaurante del centro, el llamado No-no-no (ののの), (https://maps.app.goo.gl/peMeNhRu2vpWEUzA8), conocido por él del anterior viaje y una excelente opción para probar el okonomiyaki, ya mencionado, así como otras delicias locales, como las takoyaki (bolas de pulpo, típicas de la zona de Kansai). 

Dimitri celebra su cumpleaños en compañía de su comando y su contacto local de la yakuza. 


Día 5: 3 de agosto: visita a Nara y Osaka. 

    Tras dos días en Kyoto toca comenzar a explorar los destinos cercanos. Ese es el caso de Nara, a 45 min de tren (JR, Nara line) desde la estación de Kyoto. La visita a esta ciudad, primera capital imperial del Japón, y que vivió su esplendor en nuestra alta edad media (en torno al año 700 y pico), mereció mucho la pena a pesar del sofocante calor. Esta es una ciudad pequeñita, que se puede visitar en un día, pero de enorme importancia histórica, religiosa y arquitectónica (una especie de "El Escorial" japonés). Sin duda el monumento más relevante es el gigantesco Daitbutsu (Gran Buda), una colosal estatua dorada de bronce de 15 metros de altura y 560 toneladas de peso, situada en un hall de madera no menos impresionante: el Daitbustsuden (大仏殿), uno de los edificios de madera más grandes del mundo,  y que forma parte del templo o complejo Todai-ji (東大寺). Dimitri, que ya abrió la boca de admiración hace años ante los grandes budas dorados de Bangkok, no pudo menos que comparar, muy favorablemente, con la aproximación japonesa al culto de Buda, sin duda una de las más grandiosas del mundo. ¿Queréis conseguir la "iluminación" y la salvación eterna del paraíso budista? Entonces tendréis que adelgazar y atravesar el agujero de la columna de madera (ver foto), del tamaño del agujero de la nariz de Buda (medio metro aproximadamente). 

Imágenes del gran Buda de Nara, flanqueado por sus dos guardianes. El gesto de la mano izquierda significa "bienvenido" y el de la derecha "no temas". 

    Como se ha dicho, el gran Buda se encuentra a su vez en un mastodóntico edificio de madera, el Daibutsuden, que de hecho es la mitad de pequeño que cuando se construyó por primera vez. Si ya impresiona en su forma actual, tras los sucesivos incendios que acabaron con sus versiones anteriores, no deja de ser un ejercicio interesante imaginar como fue en los tiempos en los que fue originalmente concebido. Afortunadamente, una serie de maquetas que se exponen en el interior ayudan a hacerse a la idea. Sea de una forma o de otra, la visita a Nara es emblemática de la tradicional maestría japonesa para trabajar arquitectónicamente la madera, y que además se conserva hasta hoy en día como puede admirarse en todos los pueblos y ciudades del país actual. 

   Todos los principales puntos de interés de Nara, se encuentra en el llamado parque de Nara, que además es conocido también por los cientos, sino miles, de ciervos que lo pueblan, completamente domesticados y acostumbrados a que los turistas les den de comer. Sin duda una visita memorable para los amantes de los animales. 

Imagen frontal del Daitbutsuden y ciervos de Nara. 

    Tras almorzar en Nara, donde restaurantes y tiendas de souvenir no faltan, echamos la tarde en Osaka (大阪), la tercera ciudad de Japón, y que pilla "de camino" (más o menos) en nuestra vuelta a Kyoto. Desgraciadamente no disponemos de mucho tiempo (ni fuerzas) para visitar la ciudad, y limitamos nuestras exploraciones turísticas a la zona norte de la ciudad, donde se encuentra el Umeda Sky Building. Para otro viaje se queda el famoso barrio de Dotonbori, probablemente unos de los núcleos gastronómicos más interesantes de Japón, así como la visita al castillo de Osaka, aunque, tratándose de castillos, mejor pasar al capítulo siguiente...

Osaka


Día 6: 4 de agosto: el castillo de Himeji y la ternera más cara del mundo...

    En este día toca, descartada Hiroshima, acometer el viaje más largo en tren desde Kyoto. El objetivo es el castillo de Himeji, "el castillo de la garza blanca", el castillo más grande del Japón, y una de las atracciones turísticas más importantes del país. Se trata de una monumental fortaleza de característico color blanco y que está declarado como Patrimonio de la Humanidad. Este edificio fue mandado construir en 1580 por Hideyosi Toyotomi, el gran enemigo del primer Shogún del Japón, Ieyasu Togugawa (de nuevo Dimitri se remite a su anterior recomendación de la novela Shogún de James Clavell y la serie de televisión homónima). Por cierto que el castillo aparece en la serie, así como en la película Ran, de Akira Kurosawa. 

El comando antes de su visita al castillo de Himeji. 


    El castillo es sumamente bonito e impactante visto desde el exterior, pero también muy interesante en su visita interior. Salvo por los cimientos de piedra, está construído enteramente de madera, sostenido por varios pilares de madera de ciprés que van desde la planta baja hasta la superior. Visitándolo, no se puede evitar compararlo con una catedral europea: si los occidentales consiguieron maravillas de vértigo manejando la piedra, sin duda los japoneses hicieron lo propio con la madera. Uno de los detalles más curiosos es la maqueta que se expone en el interior, y que se construyó para mostrar la estructura que sostiene de edificio, y que sirvió de guía para los trabajadores que acometieron su restauración en 2010. 

Detalles de la visita al castillo de Himeji. 

    Tras la visita del castillo, que se extiende por más de dos horas, salimos cansados (el calor agota doble). y hambrientos. Y además el hambre se acentúa sabiendo que estamos es una región donde se produce una de las carnes más apreciadas del mundo, la ternera de Kobe. No ha lugar para probar la susodicha delicia en Himeji (aunque, dicho sea de paso, sí damos con uno de los restaurantes donde mejor comimos en Japón: Kingyo Ran, en la zona comercial de Himeji , https://maps.app.goo.gl/w2QtVWc7xeRtazxP8) por lo que decidimos hacer escala en Kobe en el camino de vuelta. 

    Kobe es un ciudad vibrante y moderna, aunque hablar de "ciudad moderna" en Japón no deja de ser una cómica redundancia. Es una especie de Barcelona japonesa que descansa entre el puerto y las colinas que la rodean. Nos da buena impresión desde el primer momento. Curiosamente, algo se echa de menos al pasear por sus calles: esa sempiterna y pegajosa melodía que suena en todos los pasos de peatones de Kyoto y Osaka, para avisar a las personas ciegas. ¿Por algún motivo no hay ciegos en Kobe?

    Dimitri, que a pesar de su ascendencia eslava no deja de ser español y con un sexto sentido por tanto para encontrar atracciones turísticas gratuitas, localiza en Google Maps el observatorio del rascacielos del ayuntamiento de Kobe. Subimos a la caída del sol para deleitarnos con vistas de vértigo del puerto y de las montañas. Una estatua de Mozart nos sorprende a la bajada, escondida como si nada en el parquecillo circundante (Kobe tiene una larga tradición de afición por la música clásica occidental). Pateada en la medida de lo posible las calles de la ciudad (lo posible son las fuerzas que nos quedan tras la tórrida y exigente visita a Himeji) nos disponemos a buscar un restaurante donde poder probar la archifamosa ternera de Kobe sin, de resultar factible, perder ni la camisa ni un ojo de la cara. A pesar de manejar ingentes cantidades de dinero negro en su tierra natal, el comando no puede permitirse grandes alegrías (el viaje es de incógnito). Finalmente acabamos en un local del barrio chino, céntrico y relativamente extenso en Kobe, donde un simpático camarero admirador del fútbol español (y simpatizante del Real Madrid, para más señas), nos asesora y nos sirve la anhelada delicia. Vivida la experiencia culinaria, por que al fin y al cabo, más que de alimentarse, de eso se trata, quedan sensaciones contradictorias. Es una carne extraordinariamente grasa, con un aspecto característico trufado de vetas blancas, que "se deshace en la boca". Sin embargo Dimitri, hombre de modales toscos y gustos poco refinados, no resultó especialmente impresionado. 

Una tarde/noche en Kobe. 


    Tras la cena, toca volver a Kyoto aprovechando las últimas horas de nuestro JR Kansai pass. Afortunadamente los trenes de la región del Kansai son como el metro de Madrid o Barcelona. Pasan casi cada 5 minutos aunque tu destino esté a decenas de kilómetros de distancia. No por nada es una megaciudad de más de 20 millones de habitantes. 

Día 7: 5 de agosto: último día en Kyoto

    Tras siete días en Japón, empieza a haber bajas en el comando. La profesión de turista es, de por sí, "dura", como no deja de repetir de Dimitri. Pero si el turismo se hace por encima de los 35 grados celsius y el 70% de humedad, es fácil llegar al límite de la resistencia humana. Enseñanza número 6: si visitas Japón en verano, dosifica tus fuerzas. Limita y selecciona tus objetivos pero sin perder la oportunidad de ver todo lo que puedas en un lugar al que muy probablemente nunca vuelvas. 

    Parte del grupo decide tomarse el día de descanso y relax. Sin embargo, aún quedan maravillas por conocer en Kyoto, como, por ejemplo, el templo Kiyumizu-dera (清水寺. Detalle anecdótico: el segundo kanji del nombre, 水, es "mizu", que significa agua)Si este no es el templo más bonito de Kyoto, poco le falta, y si lo juzgáramos solo por su situación, sin lugar a dudas lo pondríamos en lo más alto del podium.

Templo budista de Kiyumizu-dera, en el bosque de Higashiyama en Kyoto.

    El templo se encuentra en la zona de Higashiyama (東山), que literalmente significa "montaña del este". Hay que superar una larga calle en cuesta desde donde deja el autobús, pero la subida es interesante por los numerosos restaurantes y tiendas de artesanía que la flanquean. El recinto está lleno de turistas, como todos los lugares interesantes, pero tanto las vistas aéreas de Kyoto y del bosque, así como los originales edificios y pagodas que componen el conjunto compensan con creces el paseo. Como muchos santuarios cristianos, los monjes que fundaron el templo allá por el año 700 y pico, eligieron bien el lugar, justo en un manantial y una pequeña cascada, que aún hoy en día atrae muchos miles de visitantes y devotos.

    En la zona de Higashiyama también hay otros templos también dignos de ver, así como pasear por las calles circundantes, jalonadas de restaurantes y tiendas de artesanía en las casas de madera típicas de la zona, las machiya.

Estampas de Higashiyama

    Desde Higashiyama resulta relativamente cómodo bajar de nuevo a Gyon, el también llamado "mundo flotante" (el barrio de las geishas), entrar en las tiendas de katanas y máscaras de samurai, tomarse un café al resguardo de un aire acondicionado, o recuperar un pai-pai olvidado en el restaurante de antes de ayer.

Gyon: "El mundo flotante"

 Mientras tanto The Landing Vulture visita por su cuenta uno de los templos más grandes de Kyoto, y además muy céntrico, cerca de la torre y la estación de Kyoto, el Higashi Hongan-ji, conocido por su gigantesco hall central de madera. 

El templo Higashi Hongan-ji


    Finalizamos el día con una de las, probablemente, cenas más divertidas del viaje. Buscando un restaurante de tonkatsu, esa especialidad japonesa a base de semillas de sésamo para rebozar carnes y pescados, acabamos "captados" por uno de los empleados del Kyoto Tonkatsu Katsuda Sanjo Kawaramachi   (https://maps.app.goo.gl/SLTjWQQftedJYqHZ7) en pleno centro de la ciudad. Este muy recomendable restaurante, especializado en tonkatsu y en marketing, tiene una puntuación de 4.9 en GMaps a fecha de escritura de este blog, y no es por casualidad. Además de que sirve comida deliciosa cocinada delante de ti, está trabajado, muy posiblemente, por el personal más enrollado y dicharachero de la ciudad. 

Cena en el Kyoto Tonkatsu Katsuda Sanjo Kawaramachi

    La noche se redondea saboreando un whisky japonés en un club de jazz, el Room 335 (https://maps.app.goo.gl/kgi7ss6m8JREs1gk6) escondido, como muchos locales japoneses, en la segunda planta de un edificio del centro. 

Día 8: 6 de agosto: de Kyoto al corazón de los alpes japoneses.


    Finalizada nuestra intensa y calurosa estancia en el Kansai y en Kyoto, nos dirigimos a la siguiente etapa del viaje, una fugaz visita al Japón más auténtico de las montañas, los ryokan y los onsén. El destino concreto es Takayama, al que se puede llegar en 4 o 5 horas desde Kyoto tomando el shinkansen hasta Nagoya y haciendo luego transbordo a un expreso "normal" hasta la mencionada ciudad. Por cierto que, al ser este un destino no tan solicitado, sí compramos los billetes con un día de antelación y no sobre la marcha como hicimos para viajar a Kyoto desde Tokio.

    Llegados a Takayama, que literalmente significa "alta montaña", no podemos menos que regozijarnos por las suaves temperaturas que nos reciben, auténtica bendición después de los calores padecidos desde que pusimos pie en Japón. Esta ciudad está a unos 1200 metros de altitud, en un altiplano cercado por montañas de más de 3000 metros, y cruzada por el río Miyagawa. Es una población pequeña y manejable, ideal para conocer el Japón alejado de las grandes urbes, pero sin dejar de tener servicios y ambiente turístico y social. Hospedados en un tradicional ryokan, nos disponemos a echar la tarde recorriendo relajadamente la ciudad.

Takayama y los alpes

Día 9: 7 de agosto: los templos y los osos de Takayama, con baño de sake y sento. 

    El atractivo turístico más notorio de Takayama es la ruta de los templos de Higashiyama (sí, este es el mismo nombre que la zona arriba mencionada de Kyoto, y que significa, si recuerdan los lectores, "montaña del este"). Esta es una agradable caminata, mitad por zona urbana, mitad por bosque, que recorre en un par de horas una sucesión de bonitos templos y santuarios situados al pie de los bosques que rodean Takayama. Se trata de una excursión muy vistosa e inspiradora, donde se puede apreciar el auténtico espíritu del Japón, el país donde la religión no se ha usado como motor de poder ni de agresión ni de imposición. 

Ruta de los templos de Higashiyama en Takayama.
    
    La parte final de la ruta transcurre en el bosque de Shiroyama, colina que domina la ciudad y donde se conservan las ruinas del importante y estratégico castillo que allí existió durante siglos. El paseo, hasta entonces sosegado y meditativo, se vuelve inquietante ante la perspectiva de encontrarnos osos sueltos. Varios carteles de aviso alertan sobre la posibilidad de encontrarse con algún plantígrado, recomendando provocar ruido y alboroto mientras avanzamos, con el fin de ahuyentarlos. Cada varios cientos de metros un recipiente de latón y una maza se ofrecen al visitante. No es necesario mucho talento musical para hacerlo sonar y relajar la excitación del momento, si bien The Sergeant and The Black Lady, que hasta entonces caminaban lenta y cansinamente, ven en el posible peligro motivo suficiente para acelerar el paso hasta velocidades no registradas hasta entonces en el grupo. Una prueba más de que el miedo es sin duda un buen motivo para hacer ejercicio.

Peligros naturales en los alpes del Japón


    Tras la ruta, que no deja de ser fatigosa (Takayama tiene un clima relativamente suave, pero solo por comparación), toca probar la cocina local. Takayama es lugar famoso por su ramen, comida de origen chino. De hecho la ciudad tiene una importante población con este origen, como se nota en los numerosos comercios y restaurantes. Nos cuesta un tanto encontrar algún restaurante que a esas horas (pasadas las dos), ofrezcan comidas, pero la búsqueda y la espera resultan compensadas tras dar con el Ebisu Soba (https://maps.app.goo.gl/1QaZ27y3fX9MsmtL7), excelente lugar para probar los fideos soba. 

Restaurante Ebisu Soba en Takayama. 


    Tras la pantagruélica comida toca saborear dos experiencias para que ese día sea ya japonés del todo: ir a una bodega de sake y bañarse en un onsén. A pocos metros existe la posibilidad de probar decenas de variedades de sake por 1000 yenes y durante media hora. Aunque en contra de lo que muchos creen el sake no es un bebida con un alto grado alcohólico (no es una bebida destilada, es una bebida fermentada, es vino de arroz), probar casi 30 en media hora es una buena receta para alegrar el ánimo, dicho de forma suave. Nos acompaña en la cata un simpático japonés acostumbrado a lidiar con turistas poco expertos como nosotros. 

Visita a una bodega de sake en Takayama

    ¿Qué mejor forma de "dormir la mona" que un baño tradicional japonés, un onsén o un sento? Coincide que cerca de nuestro alojamiento hay uno de ellos. Pero no un establecimiento para turistas, sino un local auténtico donde los japoneses, entre chorros y vapores aromáticos, rinden plácidamente culto a la limpieza de sus cuerpos. Por unos pocos cientos de yenes se puede disfrutar de una hora aproximada de baños a distintas temperaturas, con alquiler de toalla y sauna opcionales. La visita resulta toda una experiencia, por el orden, la organización, la limpieza y la infinita cortesía de la que todo el mundo hace gala, tanto operarios como usuarios.

Entrada a un baño público (sento) en Takayama. El hiragana ゆ (yu), significa "baño público"

    (Es importante aclarar la diferencia entre onsén y sento. Ambos son baños públicos, pero el primero usa aguas termales.)

    Finalizamos ese memorable día cenando también como oriundos, en uno de esos restaurantes pequeños y familiares, donde la comida casera y la interacción con el cocinero son distintivos. Cenamos en el はるおさん家のお好み焼き, algo así como "casa Pepe - especialidad en okonomiyaki". (https://maps.app.goo.gl/TNXs9i5AVFurrW566). Sin duda un acierto, como confirmaron lo delicioso de nuestros platos y las atenciones recibidas. 



Día 10: 8 de agosto: dejando Takayama camino de Tokyo

    Pena nos da dejar Takayama, pero aún tenemos tiempo para ir de compras y visitar el famoso museo de los carros de festival. Esta ciudad es conocida en todo el país por su peculiar "Semana Santa", que se celebra dos veces al año, en días específicos del otoño y la primavera. El Takayama Matsuri Yatai Kaikan, ofrece una interesante forma de conocer esta tradición, en las que las comparaciones con la Semana Santa sevillana son inevitables. 

Los famosos carros de festival de Takayama

    El principal objetivo del día es llegar a Tokio. Ya habíamos comprado los billetes el día anterior: la ruta consistía en volver a Nagoya en el expreso, y ahí volver a enlazar con el shinkansen hasta Tokyo-Shinagawa, donde tomaríamos la línea Yamanote, hasta Okubo-Shinjuku, donde se encontraba nuestro hotel. 

    Tras nuestro viaje immersivo al corazón tradicional del Japón de las montañas, la llegada a la capital resulta un shock, y más teniendo en cuenta que nuestro hotel se encontraba en Shinjuku, "la ciudad dentro de la ciudad". Enseñanza número 7: si buscas alojamiento en Tokyo, considera Shinjuku. Es probablemente la zona más característica y emblemática de la capital, hay numerosos hoteles con una variada oferta, y cuenta además con la vida gastronómica y nocturna más atractiva de Tokyo. A este respecto, Dimitri, continua sus recomendaciones televisivas mencionando la simpática serie La cantina de media noche: historias de Tokio. 

    El primer paseo por el centro de Shinjuku, en las cercanías de la estación del mismo nombre, y con la caída de la noche, es un festín para los sentidos. Todo sorprende y abruma. Las luces multicolores y el sonido del tráfico y el gentío. Los rascacielos de altura imposible. Los centros y los anuncios comerciales. La cabeza de Gozilla. El famoso gato 3D de Shinjuku. El barrio chino de Kabuchiko con sus jovencitas disfrazadas de personajes de anime anunciando no sabemos muy bien qué. Los anuncios por megafonía de la policía de Tokio alertando a los turistas de estafas y timos. El olor a ramen, pescado y tempura. Los músicos callejeros con guitarras eléctricas y música beatbox. Las ofertas veladas de droga, sexo y alcohol. Shinjuku, el epicentro del individualismo electrónico y hedonista. 

En el sentido de las agujas del reloj: estación de Shinjuku. Avenida Yasukuni-dori. Kabuchiko tower. Gato 3D de Shinjuku. Entrada a Kabuchiko (barrio rojo). Músico callejero de rap. 

Día 11: 9 de agosto: primer día completo en Tokio. 

    Antes de aventurarse con una visita a Tokio hay que aclararse con el transporte público. Como se comenta más arriba en este blog, y en lo que se refiere únicamente a todo vehículo que mueva sobre vías de hierro, tenemos el metro (dos compañías diferentes: la metropolitan y la Toei, con media docena de líneas cada una), los ferrocarriles nacionales del JR, así como varias líneas privadas, como la línea Yamanote mencionada más arriba. Tras varias pesquisas, así como con los consejos recibidos en la oficina de turismo de Shinjuku, la mejor opción es comprar un bono de 72 horas para el metro especial para turistas, con derecho de uso en ambas compañías, y por la más que razonable cantidad de 1500 yenes (poco menos de 9 euros). Es cierto que no a todos los sitios se puede llegar en metro, y que muchas veces el GMaps da ruta más rápida en JR u otras líneas, pero es más que suficiente para visitar la ciudad. 

    Estrenamos bono desplazándonos al norte, al distrito de Asakusa, y visitar el templo más importante de Japón, el Senso-Ji (浅草寺), una especie de "catedral" de Tokio, por su magnitud y por el ingente número de turistas que lo visitan diariamente. Después de haber conocido los templos de Kyoto, este nuevo monumento no es que nos impresionara demasiado, sin embargo, merece mucho la pena su visita, por el significado que tiene y los tesoros que alberga, incluyendo la supuesta "reliquia" de una imagen de Budha (el Kannon) cuyo descubrimiento en el año 628 dio origen al templo, o la segunda pagoda de cinco pisos más alta de Japón. 

Senso-ji, principal templo budista de Tokio y de todo el Japón

   Tomamos de nuevo el metro para desplazarnos a la siguiente zona de interés: el parque Ueno. Este amplio espacio contiene varios puntos de interés, como el monumental Museo Nacional de Tokio (cuya visita dejamos para el día siguiente), el estanque cubierto de vegetación de Shinobazu-ike, o las tumbas conmemorativas a los guerreros Shōgi-tai. Un pequeño interludio histórico: en la zona de parque Ueno se libró en 1868 la última batalla entre las dos almas de Japón: el tradicional, representado por el shogunato Tokugawa y el Japón moderno del joven emperador Meijí. Los soldados Shōgi-tai defendieron con sus vidas el viejo régimen en aquella colina en una última batalla sin esperanza posible de victoria. El discreto monumento conmemorativo que allí se puede visitar fue erigido por el único superviviente de aquel episodio que, si bien no fue decisivo, sí fue muy simbólico en la historia del país. De nuevo Dimitri recomienda a aquellos aficionados a la Historia la semblanza que de esos hechos hizo Hollywood en la película El último Samurai

El parque Ueno y el estanque Shinobazu.

    Desde Ueno se puede llegar andando al distrito de Akihabara, "Akiba" para los tokiotas. Aquí se encuentra la famosa "electric city", paraíso de los aficionados a la electrónica, los videojuegos, el anime y todos aquellos objetos de creación y de deseo que han convertido a la cultura japonesa en un elemento característico de nuestro tiempo. 

Distrito de Akihabara ("electric city")

    De nuevo tomamos el metro para desplazarnos al barrio más lujoso de la ciudad, Ginza, donde se encuentran las grandes marcas internacionales de artículos de lujo, así como multitud de centros comerciales, cafés y restaurantes de alto standing. Una especie de calle Serrano en Tokio. 

Distrito de Ginza.

    A la caída del sol aprovechamos para subir a uno de los 3 o 4 miradores a los que se puede subir gratuitamente en Tokio, el Caretta Shiodome. Aunque las vistas no son tan impresionantes como las que tendremos mañana en el edificio del gobierno metropolitano, sí merece la pena tomar el vertiginoso ascensor aéreo y observar la ciudad desde otra perspectiva. 

Desde el mirador del Caretta Shiodome. 

    Dejamos para el final del día una de las asignaturas pendientes del viaje, si bien no es un objetivo turístico strictu sensu. Monsieur L'Orange tiene una cita agendada con su viejo amigo, el señor Otofuke, con el que comparte afición por el jazz y el vinilo. El bar Otofuke (https://maps.app.goo.gl/yPwsGai5CAjPxyNw9) escondido club de jazz de la capital, se encuentra en el distrito de Koto, en el este de la ciudad, y se puede llegar en una media hora desde el centro. 

    Llegamos nada más abrir y nuestro anfitrión nos recibe con un vaso de agua, una anciana pero vivaz sonrisa, y una hermosa música de fondo, que inunda el coqueto y pequeño lugar con acordes de jazz. Nos sentimos como en casa. A pesar de lo minúsculo del espacio, no nos cansamos de mirar a nuestro alrededor. La afición de toda una vida se concentra entre esas cuatro paredes. Nos rodean viejos aparatos de música, decenas de fotografías de estrellas del cine y del jazz y, cientos, sino miles, de vinilos. Nuestro anfitrión se encarga de seleccionar la música mientras nos sirve una cerveza y se prepara un té. Limpia con esmero las agujas de las dos pletinas, busca pensativo el siguiente vinilo con el que deleitarse y, ya de paso, agasajar a sus clientes. Sentimos la barrera del idioma por no poder intercambiar gustos y experiencias, pero el lenguaje universal de los gestos, las sonrisas y la música se termina imponiendo. Dejamos el lugar tras más una hora de sosiego musical y de nostalgia, sabiendo que nunca más volveríamos, pero llevándonos a la otra punta del mundo uno de los recuerdos más especiales de todo el viaje. 

Bar Otofuke, club de jazz en el distrito de Koto.


Día 12: 10 de agosto: el Museo Nacional y el cruce de Sibuya.

    Segundo día completo en Tokio, que iniciamos visitando el muy recomendable Museo Nacional de Tokio, sobre todo para los aficionados a la historia y el arte. Es muy grande, pero lo más importante se encuentra en la segunda planta del Honkan, donde se encuentran, por orden cronológico, los elementos más representativos de la cultura japonesa, desde las estatuillas de antiguos diosos shintoistas, hasta las virtuosos bordados y decorados de paredes y puertas correderas, pasando por ejemplares únicos de katanas y armaduras de samurai. Un buen lugar también para aprender el concepto de ichi-go ichi-e ("una sola vez, un encuentro"), asociado a la ancestral ceremonia japonesa del té, pero que se puede emplear a cualquier experiencia única, que solo puede ocurrir una vez en la vida (como la vivida el día anterior en el bar Otofuke).

Museo Nacional de Tokio

    En las cercanías de la estación de Ueno, y en un conjunto de calles peatonales prácticamente metidas bajo las vías, existe una zona de tiendas, bares y restaurantes bastante interesantes. Quizás demasiado bulliciosa y orientada a los turistas pero una buena opción para almorzar. Allí padecimos, cosa rara en Japón, el servicio más lento y parsimonioso de todo el viaje, aunque hay que reconocer que todo estaba muy rico.

    Otra de las visitas obligadas en Tokio es Shibuya, zona conocida por el archifamoso cruce de peatones que tan bien ejemplifica la superpoblación y el trajín de Japón. Resulta curioso de ver, más que por el lugar en sí, por comprobar de primera mano cómo un elemento urbano sin nada de especial (no es más que un simple paso de peatones regulado por semáforos, aunque quizás con la particularidad de que se puede cruzar también en diagonal) pueda convertirse en una atracción turística de primera magnitud. Hay que decir no obstante, que casi la mitad de las multitudes que lo cruzan, al menos durante nuestra visita, eran turistas: la atracción que se retroalimenta, o cómo el visitante se convierte en su propio objeto de visita. 

Semáforo rojo. Semáforo verde
    
    En la misma plaza se encuentra la famosa estatua del perro Hachi-ko (para más información sobre la historia de este perro, que hará delicias de los amantes de los animales, pinchar aquí), así como numerosos centros comerciales para seguir dando rienda suelta a otro instinto animal: el consumismo desaforado. 

    Finalizamos el día visitando el colosal edificio del Gobierno Metropolitano de Tokio, también en Shinjuku, atracción turística gratuita donde se puede observar la inmensidad de la ciudad desde un piso 45, así como el espectáculo de luces proyectado sobre su fachada, todos los días, después de la puesta de sol.

No es la ciudad de Blade Runner, es Tokio desde el mirador del gobierno metropolitano.

    Mientras observa la ciudad desde lo alto, Dimitri no puede dejar de pensar en el individuo con el que se había cruzado en el paso de Shibuya. En cuanto lo vio tuvo la impresión de que lo conocía, alto, delgado y portando unas gafas de sol negras, a pesar de que ya oscurecía. Observó que se detenía un segundo justo cuando pasaba a su lado, el tiempo suficiente para vislumbrar el tatuaje que le sobresalía a través del cuello de la camisa. Un dragón azul cuya imagen, inevitablemente, desataba en su memoria siniestros recuerdos siniestros.  

Días 13 y 14: 11 y 12 de agosto: resbalón fatal al pie de la torre de Tokio y el último trabajo de los soldados de Salvatore.

    Antes de ir a Japón, Dimitri dejó bien claro que se trataba de un viaje de placer, no de negocios. Ignorados estaban los cantos de sirena de Shogo Mori, y sus intentos de penetrar en en el mercado europeo. Las áreas de influencia globales estaban trazadas hace tiempo y no había motivos para modificarlas. Por tanto el viaje debía ser de incógnito. Nadie debía saber que los soldados de Salvatore visitaban camuflados de turistas el país del sol naciente. 

    Mientras aguardaba en la sala de espera de urgencias del Haruyama Memorial Hospital, Dimitri lo entendió todo. Entonces comprendió el interés del hombre sonriente del aeropuerto de Haneda por hacerles una foto. O la simpática señora con perfecto inglés que les indicó qué tren coger a Kyoto. O que nadie viniera recibirles al alojamiento de Kyoto, solo ese frío código enviado por e-mail y esa cámara de seguridad parpadeante que grabó sus entradas y salidas diarias. Aquel jefe de estación que les abrió los tornos para que pudieran volver a casa cuando estaban perdidos o la insistencia de las chicas del restaurante de tonkatsu para hacerles fotos e incitarles a poner reseñas en Instagram. O ese jovencito que sentó junto a ellos en el tren a Takayama y que no paraba de mirarles de reojo. Y también ese señor mayor que se acercó en el baño público, fingiendo ser un demente. O el simpático recepcionista del hotel de Shinjuku que les buscaba taxis y entraba en sus habitaciones con la excusa de dejar toallas.

    Fueron seguidos y observados durante todo el viaje. Lo suficiente para no levantar sospechas mientras buscaban el momento adecuado para intervenir. Shogo sabía que sólo atacando al alguien muy cercano, podría conseguir que Dimitri se involucrase. Por eso ordenó verter aceite en la cuestas que daban acceso a la torre de Tokio, ese engendro que pretende parecerse a la torre Eiffiel de París. Allí, una caída aparentemente inofensiva pero de consecuencias fatales arruinaría el final de las vacaciones. 

Templo de Zojo-ji y torre de Tokio.

    Shogo Mori, conocido como el Dragón Azul, fue un boxeador mediocre en su juventud, pero nunca le faltó ambición. Su ascenso comenzó cuando se negó a dejarse ganar en un combate amañado en una maloliente casa de apuestas de Kabuchiko. Llevado ante el kumichō, el jefe de la mafia local, le rebanó el pescuezo con una katana camuflada como paraguas. El sangriento episodio, contemplado por casi todos los k
yōdai de la familia, le ganaron la lealtad automática de todos ellos conforme a las ancestrales normas de la yakuza. Con una mezcla de astucia y atrevidos golpes de efecto, escaló puestos dentro de la organización, hasta hacerse con el control de todo el negocio ilegal de Tokio, que era como decir de todo el país. Gustaba de entrenar personalmente a sus soldados más fieles, sobre todo en el uso del cuchillo, al que solía llamar su "afilado puño de hierro". También formó a combatientes en todo el mundo. Se dice que el célebre Miguel, "Icy smile", uno de los principales sicarios de Salvatore (y luego de Dimitri) fue adiestrado personalmente por él. Hoy en día, el Dragón Azul oculta su verdadera identidad y regenta un pequeño restaurante de ramen en un callejón de Shinjuku, muy cerca de la estación de Okubo (https://maps.app.goo.gl/ydNE4LJGVJUgMWuv6). Mientras cocina deliciosos platos y atiende con astuta cortesía a sus exclusivos clientes, dirige con eficacia y discreción la oscura maquinaria de la organización.

Restaurante de ramen Noseya en Shinjuku: escondrijo de El Dragón Azul. 

    Cuando Shogo averiguó que era Dimitri y no Salvatore el que controlaba la entrada de mercancías en el sur de Europa trató, sin mucho éxito, entablar contacto con él. Dimitri tenía muy claro con quién quería hacer negocios y con quien no. Sin embargo vio su oportunidad cuando Chikako Nozomi, una joven de modales reservados y rostro angelical que trabajaba como profesora de japonés en Sevilla, y que a la postre era su propia ahijada, le informó, tras seducir a Juanma en un Seven Eleven de Los Remedios, que Dimitri y sus soldados se disponían a viajar a Japón ese verano. Fue entonces cuando ideó todo el operativo. 

    Arrodillado junto a una dolorida Sonia, ambos empapados por la cálida lluvia de agosto, Dimitri recibió la llamada de Shogo. Era el día de la Montaña, fiesta nacional en Japón, y todos los hospitales estaban cerrados. Pero él podría conseguir la intervención del Emperador. Serían atendidos, como favor especial, en el Haruyama Memorial Hospital. Una limusina negra estaba a punto de recogerles. Su contacto era Takeshi Niijima, periodista de Fuji TV. Dimitri apenas le dio tiempo contestar. Mientras veía acercarse el coche negro, y reconocía al volante el mismo hombre del cruce de Sibuya, no pudo menos que admirar la capacidad de El Dragón Azul para infiltrarse en todos los estratos de la sociedad japonesa, desde la televisión hasta la mismísima casa imperial. 

Jardines del Palacio Imperial de Tokio.

    La limusina les llevó hasta la entrada trasera del hospital, donde les esperaba Takeshi, un hombre bonachón y regordete y que parecía avergonzarse a cada palabra que pronunciaba con su inglés intermitente y torpe. El hizo de traductor y cicerone, y les llevó a la salita donde el médico de guardia con su estetoscopio y su bata semiabrochada les recibía con una cortés sonrisa. Mientras Sonia se dejaba auscultar y llevar a la sala de rayos, Takeshi lo grababa todo, los actos y las preguntas, con su cámara al hombro, simulando un reportaje para la televisión. Pacientes que parecían figurantes de una representación improvisada de kabuki, observaban impávidos todo lo que ocurría a su alrededor. 

    Al día siguiente, mientras la misma limusina negra les dejaba en la terminal internacional del aeropuerto, el hombre tatuado de Sibuya se volvió hacia ellos y les entregó un sobre sellado. Su mirada le dejó claro que sólo lo abriría de vuelta a casa.

    Fiel a su palabra, y en el calor también sofocante de Sevilla, Dimitri leyó la nota de su némesis japonesa sabiendo que marcaba la deuda de sangre que les ataba para siempre conforme a un código de honor ancestral:

一生に一度 (isshō ni ichido)




    





13 días en Japón (日本): ruta estándar y no tan estándar

Highlights del viaje: Calor que no por ser anunciado resulta abrasador Dimitri deja a un lado su calculada mesura y pierde los nervios Apot...