sábado, 7 de septiembre de 2024

36 horas en Sarajevo y Bosnia Herzegovina

 


    Ahora que toda Europa parece devorada por hordas de turistas, e ideologías extremistas que ingenuamente creíamos superadas, vamos a narrar una corta pero interesante visita a una capital europea a la que aún le queda un punto de autenticidad y tolerancia: Sarajevo. 

    Lo primero que hay que decir es que Sarajevo no es precisamente una ciudad a la que sea fácil llegar desde España. No tiene un aeropuerto demasiado bien comunicado por lo que quizás una de las formas más "sencillas" de llegar sea en autobús desde Dubrovnik (a la que espero poder dedicar otro blog). Eso sí, hay que armarse de paciencia y no ser demasiado miedoso... y es que los autobuses de la antigua Yugoslavia, por lo que pudimos comprobar, son un auténtico desastre. Siempre van con retraso, hasta el límite de lo intolerable. Pero lo peor de todo es la naturalidad con la que ello se asume por los locales, como si fuera algo inevitable, como el mal tiempo o la futilidad de la vida. Vamos, que toca aguantarse... Con un billete comprado via la multinacional Flixbus, y con el que en teoría saldríamos de Dubrovnik a las cuatro de la tarde, iniciamos nuestro viaje hacia la Bosnia Herzegovina con casi hora y media de retraso. La teoría también decía que el viaje duraba seis horas. Sin embargo, nos pareció un tanto ridículo que la empresa de transportes ignore alegremente que hay que cruzar la frontera entre Croacia y Bosnia Herzegovina, que es además una frontera exterior de la Unión Europea y que ello conlleva el inevitable filtro de inmigración y el consabido sellado de pasaportes y visados de todos y cada uno de los pasajeros del autobús. Este insalvable retraso, junto con la parada para que los señores conductores cenaran, alargó nuestro viaje hasta el punto de llegar a Sarajevo al filo de la medianoche y de esta forma terminar en las garras de un taxista caradura que se aprovechó de nuestras prisas por llegar al alojamiento antes de que cerraran para meternos en forma de marcos bosnios ese, por decirlo finamente, voluminoso pescado de los mares del norte, en su versión femenina. Todo ello para poder por fin decir que, exhaustos y humillados, ya estábamos en Sarajevo.

    Esta ciudad, fundada en realidad por otomanos a mediados del siglo XV (por lo que casi podríamos decir que no es, al menos en su origen,  una ciudad"europea"), es la capital del estado "semi" independiente de Bosnia-Herzegovina. Digo "semi" independiente porque a raíz de los acuerdos de Dayton que dieron fin a la guerra de Bosnia, es en la práctica un protectorado de la Unión Europea. 

    Se trata de una ciudad pequeñita, de unos 270000 habitantes (550000 incluyendo el área metropolitana), rodeada de montañas, un hecho geográfico que explica muchas de la vicisitudes que esta ciudad sufrió durante el famoso asedio de Sarajevo en los años 90. 

Vista de Sarajevo desde el Bastión Amarillo (Žuta Tabija) 

    Personalmente, siempre quise ir a Sarajevo, por mi afición a la historia y por ser el lugar donde se produjo el famoso atentado que acabó con la vida del heredero del trono de Austria-Hungría y su esposa, y que los historiadores consideran el suceso, o la "chispa" que incendió Europa iniciando la Primera Guerra Mundial. Tal hecho ocurrió el 28 de junio de 1914 justo en el cruce entre el "Puente Latino" y una de las principales avenidas de la ciudad (Obala Kubina Bana), que se extiende a lo largo del río de atraviesa la ciudad, el Miljacka. El lugar hoy en día no dice mucho, salvo por una placa que así lo conmemora, y esa sensación fantasmagórica e intemporal de estar en aquel lugar que definió la historia reciente de Europa. 

En el extremo norte del puente Latino de Sarajevo, una placa conmemora la existencia de otra más antigua, que a su vez conmemoraba el atentado del 28 de junio de 1914, en el que el nacionalista serbio Gavrilo Princip asesinó al Archiduque de Austria y su esposa. 

    Pero Sarajevo tiene mucho más que este pequeño, aunque relevante, apunte histórico. Desde que llegamos tuve la sensación de estar en Estambul e incluso, en algunas zonas, en Marrakesch. Y es que esta ciudad tiene, como Berlín, dos centros, y además, dos almas. Al oeste se encuentra la zona "occidental", en la que dejó su imperial huella los años de dominación austro-húngara, desde 1878 hasta 1918, y que es perfectamente discernible por la arquitectura de los edificios y el diseño de las calles y los edificios. Y al este se sitúa el Sarajevo "oriental", donde se encuentran la mayoría de las mezquitas y edificios de la época otomana, y de visible y palmaria influencia islámica. De hecho, justo a mitad de camino de una de las principales vías urbanas del centro histórico, encontramos una línea ficticia que simboliza la unión en su disparidad de ambas culturas. 

     Sarajevo "meeting of cultures" en la calle Ferhadija 43, 
en pleno centro histórico de Sarajevo 

    Sarajevo es uno de los pocos lugares del mundo (que yo conozca) donde uno puede visitar, en un espacio que se puede recorrer en cinco minutos a pie, una catedral católica, una catedral ortodoxa, una mezquita y una sinagoga. Ejemplar muestra de co-existencia, ojalá también de convivencia, entre distintas creencias y culturas. 

En el sentido de las agujas del reloj: mezquita de Gazi Husrev-be, catedral católica del Sagrado Corazón, altar principal de la iglesia ortodoxa de la Natividad y sinagoga de Sarajevo.


    Mención especial merece la mezquita Gazi Husrev-beg, situada en el distrito de Baščaršija, fundada nada menos que en 1530 bajo el mandato de Suleimán el Grande, sultán de Estambul. Es la mezquita más grande de los Balcanes y su visita, así como de todo lo que la rodea, es obligada. Su interior impresiona, así como el patio y la entrada principal, con la obligada fuente para el aseo y las abluciones. A diferencia de las mezquitas de Marruecos e Israel, aquí sí se permite el paso de "infieles", aunque las chicas deben llevar el consabido pañuelo para cubrirse el pelo y los chicos tenemos que olvidarnos del pantalón corto.

    Dejándose llevar por los olores de las especias, el color de las tiendas y el sonido de las gentes de Sarajevo, o lo que es lo mismo, guiándose por la brújula de la intuición, uno llega como si allí hubiera sido colocada a propósito, al símbolo de Sarajevo, el Sebilj. Es esta una icónica fuente en forma de kiosco de madera, también construida en el periodo otomano para dar acceso a agua potable a los habitantes de la ciudad. Dice la leyenda que quien beba de sus aguas volverá a Sarajevo. Allí llenamos nuestras cantimploras, así que todo indica que tendremos ocasión del volver al lugar que inspiró estas líneas. 

Fuente Sebilj en el distrito oriental de Sarajevo (Baščaršija)


    Un lugar que nos impactó singularmente fue sin duda la visita al Ayuntamiento de Sarajevo (Vijećnica). El edificio tiene un significado especial porque era la biblioteca universitaria de la ciudad hasta el año 1992, en el que fue incendiado por milicias serbias durante el sitio de Sarajevo. Si todos los crímenes de guerra son repugnantes, prender fuego a propósito una biblioteca, donde se conserva la sabiduría y la cultura de generaciones, no deja de causar una sensación de profunda decepción con el genero humano. El edificio, totalmente reconstruido, es fastuoso y elegante, de puro estilo islámico occidental. Pero lo que más impresiona es la visita a las plantas inferiores, donde se documenta la historia reciente de Bosnia Herzegovina, incluyendo como no podía ser de otra manera, el incendio del edificio, la guerra y el asedio de la ciudad. Las distintas salas contienen documentos y material gráfico que dejan constancia del inmenso desgarro cultural y humano que causó el intento de genocidio que se perpetró en este rincón de Europa. De particular interés es la sala en la que un tribunal internacional juzgó y condenó a algunos de los principales responsables de la masacre. Por desgracia, la guerra de Bosnia y el sitio de Sarajevo se han convertido en atracciones turísticas de la ciudad, siendo varios los "museos" (Museo del Genocidio, Museo del Sitio, etc.) que se anuncian profusamente  por las calles más céntricas y que nos dio la impresión de que tratan más bien de "hacer caja" que de rendir homenaje. La visita al Ayuntamiento nos pareció una forma más auténtica y contenida de guardar testimonio de aquellos años, tanto para visitantes como para las próximas generaciones de este pueblo tan castigado por la historia. 

                                                                        Ayuntamiento de Sarajevo (Vijećnica)

    Finalizamos nuestra visita a la ciudad subiendo al Bastión Amarillo, un bonito mirador equipado con un chiringuito (abstemio), que domina la ciudad y desde donde es muy popular ver la puesta de sol. Allí arriba, junto con numerosos turistas, familias, parejas de enamorados y jovencitas instagramers con y sin velo haciéndose selfies, es posible hacerse una excelente idea de la ciudad, situada en un valle en forma de U entre colinas verdes. Es entonces cuando se comprende el suplicio que sufrió está ciudad entre 1992 y 1996, rodeada de baterías de artillería y francotiradores. Durante la fuerte ascensión, se camina alrededor de uno de los numerosos cementerios musulmanes de la ciudad, y también a través de algunas calles donde aún se perciben las huellas de la guerra. 

Panorámica desde el Bastón Amarillo de Sarajevo. Cementerio musulmán de Sarajevo. Viviendas golpeadas durante la guerra de Bosnia en los años 90. 

        Tras 36 horas y dos noches en Sarajevo, nuestra siguiente parada era la capital de la Herzegovina: Mostar. El medio de transporte fue de nuevo uno de esos terroríficos autobuses de línea, que parten y llegan siempre con retraso, pilotado por un "avezado" conductor que no tiene problema en consultar su móvil o se come un sandwich al tiempo que conduce (esto es totalmente cierto). 

    Mostar es mucho más que el famoso puente sobre el río Neretva (Stari Most) que fue volado durante la guerra y que es, con todo el merecimiento, patrimonio protegido de la UNESCO. La ciudad tiene un precioso centro histórico, también de época otomana, con calles empedradas y bonitos miradores desde los que apreciar el puente desde distintas perspectivas. Sin duda el lugar adecuado para todos los fotógrafos de gatillo fácil. También pueden visitarse bonitas mezquitas, como la de Karadoz Beg

                                                        Mezquita de Karadoz Beg, en el centro de Mostar. 

Coincidía que nuestro apartamento se encontraba muy cerca de la Plaza de España de Mostar. Han leído bien, existe una plaza en Mostar con el nombre de nuestro país, y que además tiene un monumento dedicado a los soldados españoles que, como cascos azules, fallecieron durante los enfrentamientos entre las comunidades croata y musulmana en esta ciudad. También en la misma plaza puede verse el llamado edificio de los francotiradores, que se conserva tal como quedó tras el conflicto. 

Edificio de los francotiradores y monumento conmemorativo a soldados españoles, 
en la Plaza de España de Mostar.

    El antiguo puente de Mostar, así como sus alrededores, es en verdad digno de ver. Con una impresionante altura, aparenta tener las proporciones perfectas para cubrir la considerable distancia que separa ambos sectores de la ciudad. Es habitual ver saltadores lanzándose hacia el río desde lo alto del puente, todo para mayor disfrute de los, aquí sí, innumerables turistas que llenan todo el centro histórico. A pesar de ello, la ciudad es romántica y agradable, y no transmite, a diferencia de Sarajevo, esa sensación agridulce de haber sido también el escenario reciente de un conflicto sangriento, y todo ello a pesar de las innumerables huellas que aún pueden percibirse en muchos rincones de la ciudad. 

                    Imagen del puente viejo de Mostar (Stari Most), desde uno de los miradores del casco antiguo.  

    Y antes de acabar este blog, algunos apuntes no turísticos: Bosnia Herzegovina todavía sufre las consecuencias económicas y culturales de una guerra tan reciente. Una guerra que fue en muchos aspectos fraticida, un conflicto entre iguales. Y es que si una cosa nos quedó clara en aquellas 36 horas es que a pesar de las diferencias étnicas y religiosas, los pobladores de este fascinante país son en realidad un único grupo humano, que habla el mismo idioma (el serbo-croata), con los mismos rasgos físicos y faciales (eslavos), que consume los mismos productos (el burek, el Ćevapi, los pastelitos de baklava, etc.) y que disfruta, como todos los pueblos de la tierra de las mismas aficiones (el fútbol, los festivales de rock, etc.). La historia reciente de la antigua Yugoslavia no es más que otro ejemplo de todos los conflictos que se generan de forma artificial, promovidos por élites fanáticas e interesadas, y alimentados por la incultura y la ignorancia. Hace poco más de 100 años que Gavrilo Princip demostró lo fácil que resulta incendiar un polvorín humano, y que el odio, cuando se desata, es como el torrente de una presa de aguas apacibles que un desaprensivo vuela por los aires: arrasa con todo y resulta imposible detener.


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