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El Supermercado
Juan Antonio Anta
Sevilla, 15 de Junio de 2005
Hoy me he pasado por el
supermercado a pesar de tener la nevera casi llena. Había de todo, es verdad,
al menos en apariencia, había queso y jamón de York para desayunar, huevos para
cenar, tenía agua mineral y refresco de naranja en perfecto estado de
refrigeración. También disponía de un par de pizzas con varios días de margen
antes de que caducasen. A pesar de todo me faltaba algo: principios. O mejor
dicho: convicciones.
“Eres un hombre sin
convicciones”, me había dicho mi nuevo amor, justo antes de dejar de serlo. Así
que decidí pasarme por el supermercado Conviction Market, el que está en
la esquina entre el Sunset Boulevard y la Via de la Conciliazione, justo a la
altura de la Plaza Roja y mirando a La Meca. El Conviction Market es un
establecimiento muy especial porque todos los productos que se ofrecen son
gratuitos, lo único que los dependientes son un poco pesados, yo creo que
tienen cierto pique entre ellos. Tras agenciarme el correspondiente carrito
(ofrecido amablemente por un servil empleado) penetré en los dominios de aquel
Templo de los Principios.
La primera disyuntiva que se
le presenta al cliente de este singular local es si dirigirse a la izquierda o
la derecha. Dicen los expertos del marketing que los productos de primera
necesidad han de encontrarse lo más alejados posible del lugar por el que se
penetra al establecimiento, y de esta forma obligar al incauto cliente a ser
tentado por los mil y un productos en exposición antes de llegar allí. Yo
siempre he sido un hombre centrado y el único Principio que he considerado de
primera necesidad ha sido el HUM de toda la vida. Así que me dispuse a tomar el
pasillo central y encaminarme en busca de un buen paquetito de mi
correspondiente elixir de la felicidad. Sin embargo no pude avanzar mucho
porque una bella muchacha de largas piernas y ojos azules comenzó a reclamar mi
atención desde la izquierda. Llevaba una justa minifalda y sostenía una bandeja
plateada con trocitos de algo que parecía muy apetitoso.
- ¡Hola! – me espeta - ¿quiere probar un trocito
de Estado del Bienestar?
- ¿Perdón?, ¿se refiere a eso?
- Sí, pruébelo, nunca habrá probado nada igual.
- Parece queso holandés.
- Bueno, en realidad es una mezcla de holandés,
sueco y alemán. Está delicioso. Si le gusta le puedo regalar una cajita de
porciones. También lo tenemos para untar.
- Gracias, ya tengo queso para untar en casa. Se
llama Estado de Supervivencia. Siempre he consumido de esa marca.
- Vamos hombre, ¿no tiene usted ideales? Tome
llévese este paquete, seguro que le gusta.
Así que no sé muy bien si
por la apelación a mi supuesta falta de ideales o por la influencia de los
bellos ojos que me lo ofrecieron, el caso es que el correspondiente queso en
porciones Estado del Bienestar acabó en mi carrito. A pesar de todo continué
decidido a encaminarme lo más directo posible a la zona de los artículos de
primera necesidad y llevarme lo único que yo, ay iluso de mí, creía que faltaba
en mi despensa, mi querido HUM, la sal de la vida. Sin embargo por una
previsible confabulación de los expositores del Conviction Market,
expertos consumados en la confusión del cliente como los de cualquier otra
cadena de supermercados, hicieron que mi
laberíntico rodar terminara con mi carrito escorado a la derecha y en mitad del
stand de vinos y jamón de pata
negra (con etiqueta rojigualda, por supuesto). En esta ocasión el encargado de
venderme el correspondiente Principio de Buenas Maneras fue un señor
perfectamente afeitado y enchaquetado.
- Muy Buenos Días Señor – me dice – Veo que es
usted Cristiano Viejo así que aquí vengo yo a ofrecerle nuestra nueva marca de
vinos Santiago y Cierra la Frontera.
Yo observo con incredulidad
la botella y emito un pequeño “oh”. A continuación digo:
- Se trata de un Gran Reserva, ¿no es así?
- Efectivamente, quinientos años de
envejecimiento en vasija de roble. Disfrútelo en compañía de su familia el
próximo domingo.
- Pues muchas gracias, pero es que nosotros en
casa siempre hemos bebido vino peleón.
- Pues muy mal hecho, ese vino nubla la vista y
excita los más bajos instintos. Con este, sin embargo, lo verá todo con
claridad meridiana.
- Ya, aunque no más allá de mis narices. Pero en
fin, me llevaré una, por lo de los polifenoles, que dicen que son buenos para
el Corazón.
- No lo dude, amigo.
Y de está forma acabó en mi
carrito una botella de tres cuartos del afamado caldo español Santiago y Cierra
la Frontera. Esta nueva claudicación por mi parte, y las ganas renovadas de
encontrar el paquetito de HUM y abandonar de una vez el Conviction Market,
me hicieron tomar la decisión de dar un giro copernicano a mi carrito y
encaminarme en dirección totalmente opuesta. Mala decisión, porque acabé en
mitad de una improvisada granja con vaca y todo.
- Hola colega – me dice un jovencísimo
dependiente – ¿quieres un manojo de espárragos orgánicos? ¿Café solidario? ¿Maíz
libre de transgénicos?
- ¿Saben a algo?
- Saben de vicio, colega. Llévatelos, compártelos
con tu gente. Y nunca más compres productos de la multinacional Coca Cola, sus
beneficios se utilizan para asesinar mujeres y niños.
- No sabía que la Coca Cola tuviera efectos
secundarios.
- Y además produce gases. Son contaminantes y
contribuyen al calentamiento global.
- ¿Las estupideces son también contaminantes?
- ¿Perdona?
- Nada, que me llevo los espárragos que a mi me
salen muy bien los revueltos. Adiós, adiós…
Conseguí pues deshacerme de
éste apelante a mis más bajas conciencias, pero al precio de acabar
desorientado y sin saber muy bien hacia dónde dirigirme (¡ay de mí pobre hombre
sin principios!). Por fortuna descubrí un gran grupo de gente avanzando
lentamente a través de uno de los principales pasillos del establecimiento.
Quizá por curiosidad, o quizás porque no había muchas alternativas, decidí
seguir la comitiva. Al frente de ella se encontraba un gran exhibidor móvil con
una gran cantidad de productos de menaje del hogar, desde velas de colores hasta
paños de cocina bordados con gran primor. El exhibidor oscilaba con ceremonia
de un lado a otro, siguiendo el ritmo marcado por un par de encapuchados que aporreaban
sendos tambores de detergente con devota fruición.
- Piadoso hermano – me susurra una señora que
camina a mi derecha - ¿tiene ya en su casa el ambientador Unicum Verdadem
nuestrant est?
- HUM… - contesto yo procurando no alterar
demasiado la solemnidad de la situación (mi falta de principios no me impide
ser respetuoso) – pues creo que no, yo siempre compro Ambipur
- ¡Santa María, madre de dios! Al menos no será
el de fragancia de rosas…
- ¡Ese!, ese precisamente.
- Que Dios le perdone, ese es el peor de todos.
Convertirá su hogar en un local de ambiente. Pero aún esta a tiempo de lograr
la salvación si se lleva éste. Llenará su casa de loor de santidad. Además
tiene un aroma milagroso. Huela, huela.
Yo huelo. Un insuperable olor a
incienso invade mis fosas nasales.
- No gracias – digo yo con una mueca – prefiero
abrir las ventanas.
- ¡Pero si abre las ventanas entrará la luz!
- ¡Hombre no! – grito yo – si le parece me apaño sólo con velas. Al menos
me veré el ombligo.
La comitiva se detiene de
súbito. Todos me observan con santa indignación. Sintiéndome básica y
fundamentalistamente amenazado decido llevarme el ambientador Unicum
Verdadem nuestrant est así como un par de estampitas de la patrona de la
empresa fabricante. Con una beatífica sonrisa abandono el lugar y doy un giro
radical a mi carrito. ¡Ay!, dije radical…
- Alá Akbar…
- Perdone, pero no hablo euskera, me lo puede
repetir…
El enturbantado personaje con
el que me he topado me mira con furia. Antes de que saque el kalashnikov decido
virar de nuevo. Estoy totalmente desorientado. Unos me gritan desde la derecha
(¡Gibraltar español!), otros desde la izquierda (Yankies go home). Yo oscilo de
un lado a otro como una barca a la deriva. Al final, y como por arte de magia
(si al final habrá un dios) doy con mis huesos en pleno centro de los productos
de primera necesidad. Y ahí está, lo único que necesitaba, y justo cuando
estaba a punto de que se me agote. Mi querido HUM.
Unos instantes después, en
la línea de salida, la desaborida cajera pasa el código de barras de cada uno
de mis recién adquiridos principios por el obediente lector láser. Ella me mira
de reojo como si quisiera clasificarme (¡ay estos empleados del Conviction
Market!, siempre dividiendo a sus clientes en rojos y azules). Al final, el
inevitable problema informático viene a mi encuentro: el lector no reconoce mi
paquetito de HUM.
- No me pasa – dice con fastidio - ¿de dónde lo
ha cogido?
- Por ahí – digo yo señalando sin mucha
convicción en cierta e indefinida dirección.
- Un momentito que llamo al encargado…
“¡Oh no!”, pienso yo, “lo
que faltaba”. El encargado, un tipo alto y delgado, con simétrica corbata
partiéndole el pecho en pro de su empresa, se me acerca como si hubiera estado años
esperando aquel momento (¿?).
- Hola – dice dándome la mano – soy el encargado.
- ¿Encargado de qué?
- De este establecimiento. Y de hacer su vida más
cómoda, por supuesto. ¿Cuál es su problema?
- No me coge esto – interviene la cajera.
- A ver… - dice el encargado sin perder la
sonrisa – “HUM, hágalo usted mismo, contiene todo lo necesario menos el croquis”,
lo siento, pero este producto no lo tenemos aquí.
- ¿Cómo que no? Si lo he cogido de ahí mismo, de
ahí - yo señalo un poco desesperado en
dirección indefinida pero llena de sentido para mí.
- Imposible – contesta el encargado – nosotros sólo
ofrecemos productos de primera calidad.
- ¡De primera calidad! Pero si es lo único que
necesito.
- Se equivoca, lo que usted necesita se los damos
nosotros.
- Oiga, que yo sé muy bien lo que necesito, soy
un ciudadano libre.
- Efectivamente, libre de elegir entre los
innumerables productos que le ofrecemos, desde las botellas de humo de la
izquierda hasta las uvas pasas de derecha. Usted lo tiene todo aquí. Llévese
una buena remesa de Principios y tendrá material para la conversación, la
discusión y hasta la pelea fraticida. Y si se le agotan, no se preocupe,
nosotros le damos unos nuevos. Con su despensa llena de nuestros Principios y Convicciones
nunca tendrá que preocuparse de pensar y tomar sus propias decisiones, ¿se imagina
cuánta materia gris se ahorrará?, nuestros productos le dirán en todo momento
qué opinar, a quién defender y por qué luchar. Además se asegurará de estar
siempre bien acompañado dado que cada uno de nuestros productos goza de un gran
número de seguidores, tan estúpidos y felices como usted. ¿Que una nueva
situación en concreto le deja a usted y a sus convicciones con el culo al aire?
¡No se preocupe!, tenemos un completísimo juego de catálogos diarios de prensa para
cada uno de los principales grupos de convicciones; en ellos encontrará concienzudos
artículos y rebuscadas editoriales que le proveerán con los necesarios
argumentos para justificar lo injustificable. Créame mi estimado cliente,
consumiendo nuestros productos usted estará siempre satisfecho consigo mismo,
conseguirá echar la culpa a los demás de todos los males del mundo sin el menor
remordimiento, tendrá munición inagotable para criticar al gobierno, a la
oposición o a lo que usted decida y ahorrará impagable tiempo para usar su cabecita
únicamente en solucionar los problemas de la selección nacional o predecir las
nominaciones de Triumpth Operation. No me diga que no le resulta tentador…
Las luces del Conviction
Market comienzan a apagarse. Una fémina voz anuncia por megafonía el
próximo cierre del establecimiento. La luz del sol comienza a filtrarse a
través de las cristaleras avisando de la cercana puesta de sol. Yo permanezco
cabizbajo y en silencio con mi paquetito de HUM entre las manos.
- Bien, ¿ha escogido usted ya? – me pregunta el
encargado
- ¿Escoger entre qué?
- Entre la felicidad inenarrable de sentirse
poseedor de la verdad absoluta o la eterna desazón del relativismo y el debate
interior.
- Me quedo con el debate interior, soy un poco
masoquista.
- Allá usted: será tildado de soso, achantado,
pusilánime, descastado, chivato, quintacolumnista, sospechoso, mediastintas,
chaquetero, zetapé, se le acusará de no mojarse, de no implicarse, de no
posicionarse, de falta de patriotismo, de falta de ideales, de falta de
conciencia, de falta de principios, de estar entre Pinto y Valdemoro, de estar con
el enemigo, de ser el enemigo en sí mismo, de estar contra ellos por no estar
con ellos, los extremos se unirán contra usted.
La sangre me da vueltas en
la cabeza y la incansable centrifugadora de mi conciencia me ilumina los ojos.
Con un estudiado gesto abandono la caja dejando todos los principios
desparramados sobre la cinta. Mi mano se va a mi sien y saludo militarmente. Una
sonrisa irónica se me dibuja en el rostro. Cuando salgo a la calle y respiro al
fin vida, siento retumbar en mis oídos las últimas palabras del encargado: “no
hay paraíso para los que son como usted”.
Por fortuna me llevé el HUM.
Sin esperar más tiempo lo utilizo para fabricarme una bicicleta. De esas que
vuelan. Pedaleando, pedaleando, me elevo sobre las casas y cruzo el disco de la
luna.
La solitaria musa de la
libertad me espera.