martes, 26 de septiembre de 2017

El Supermercado

Los actuales acontecimientos me han hecho recordar un cuento que escribí hace años. Aquí lo comparto con vosotros:

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El Supermercado


Juan Antonio Anta

Sevilla, 15 de Junio de 2005


Hoy me he pasado por el supermercado a pesar de tener la nevera casi llena. Había de todo, es verdad, al menos en apariencia, había queso y jamón de York para desayunar, huevos para cenar, tenía agua mineral y refresco de naranja en perfecto estado de refrigeración. También disponía de un par de pizzas con varios días de margen antes de que caducasen. A pesar de todo me faltaba algo: principios. O mejor dicho: convicciones.

“Eres un hombre sin convicciones”, me había dicho mi nuevo amor, justo antes de dejar de serlo. Así que decidí pasarme por el supermercado Conviction Market, el que está en la esquina entre el Sunset Boulevard y la Via de la Conciliazione, justo a la altura de la Plaza Roja y mirando a La Meca. El Conviction Market es un establecimiento muy especial porque todos los productos que se ofrecen son gratuitos, lo único que los dependientes son un poco pesados, yo creo que tienen cierto pique entre ellos. Tras agenciarme el correspondiente carrito (ofrecido amablemente por un servil empleado) penetré en los dominios de aquel Templo de los Principios.

La primera disyuntiva que se le presenta al cliente de este singular local es si dirigirse a la izquierda o la derecha. Dicen los expertos del marketing que los productos de primera necesidad han de encontrarse lo más alejados posible del lugar por el que se penetra al establecimiento, y de esta forma obligar al incauto cliente a ser tentado por los mil y un productos en exposición antes de llegar allí. Yo siempre he sido un hombre centrado y el único Principio que he considerado de primera necesidad ha sido el HUM de toda la vida. Así que me dispuse a tomar el pasillo central y encaminarme en busca de un buen paquetito de mi correspondiente elixir de la felicidad. Sin embargo no pude avanzar mucho porque una bella muchacha de largas piernas y ojos azules comenzó a reclamar mi atención desde la izquierda. Llevaba una justa minifalda y sostenía una bandeja plateada con trocitos de algo que parecía muy apetitoso.

-       ¡Hola! – me espeta - ¿quiere probar un trocito de Estado del Bienestar?
-       ¿Perdón?, ¿se refiere a eso?
-       Sí, pruébelo, nunca habrá probado nada igual.
-       Parece queso holandés.
-       Bueno, en realidad es una mezcla de holandés, sueco y alemán. Está delicioso. Si le gusta le puedo regalar una cajita de porciones. También lo tenemos para untar.
-       Gracias, ya tengo queso para untar en casa. Se llama Estado de Supervivencia. Siempre he consumido de esa marca.
-       Vamos hombre, ¿no tiene usted ideales? Tome llévese este paquete, seguro que le gusta.

Así que no sé muy bien si por la apelación a mi supuesta falta de ideales o por la influencia de los bellos ojos que me lo ofrecieron, el caso es que el correspondiente queso en porciones Estado del Bienestar acabó en mi carrito. A pesar de todo continué decidido a encaminarme lo más directo posible a la zona de los artículos de primera necesidad y llevarme lo único que yo, ay iluso de mí, creía que faltaba en mi despensa, mi querido HUM, la sal de la vida. Sin embargo por una previsible confabulación de los expositores del Conviction Market, expertos consumados en la confusión del cliente como los de cualquier otra cadena de  supermercados, hicieron que mi laberíntico rodar terminara con mi carrito escorado a la derecha y en mitad del stand  de vinos y jamón de pata negra (con etiqueta rojigualda, por supuesto). En esta ocasión el encargado de venderme el correspondiente Principio de Buenas Maneras fue un señor perfectamente afeitado y enchaquetado.

-       Muy Buenos Días Señor – me dice – Veo que es usted Cristiano Viejo así que aquí vengo yo a ofrecerle nuestra nueva marca de vinos Santiago y Cierra la Frontera.

Yo observo con incredulidad la botella y emito un pequeño “oh”. A continuación digo:

-       Se trata de un Gran Reserva, ¿no es así?
-       Efectivamente, quinientos años de envejecimiento en vasija de roble. Disfrútelo en compañía de su familia el próximo domingo.
-       Pues muchas gracias, pero es que nosotros en casa siempre hemos bebido vino peleón.
-       Pues muy mal hecho, ese vino nubla la vista y excita los más bajos instintos. Con este, sin embargo, lo verá todo con claridad meridiana.
-       Ya, aunque no más allá de mis narices. Pero en fin, me llevaré una, por lo de los polifenoles, que dicen que son buenos para el Corazón.
-       No lo dude, amigo.

Y de está forma acabó en mi carrito una botella de tres cuartos del afamado caldo español Santiago y Cierra la Frontera. Esta nueva claudicación por mi parte, y las ganas renovadas de encontrar el paquetito de HUM y abandonar de una vez el Conviction Market, me hicieron tomar la decisión de dar un giro copernicano a mi carrito y encaminarme en dirección totalmente opuesta. Mala decisión, porque acabé en mitad de una improvisada granja con vaca y todo.

-       Hola colega – me dice un jovencísimo dependiente – ¿quieres un manojo de espárragos orgánicos? ¿Café solidario? ¿Maíz libre de transgénicos?
-       ¿Saben a algo?
-       Saben de vicio, colega. Llévatelos, compártelos con tu gente. Y nunca más compres productos de la multinacional Coca Cola, sus beneficios se utilizan para asesinar mujeres y niños.
-       No sabía que la Coca Cola tuviera efectos secundarios.
-       Y además produce gases. Son contaminantes y contribuyen al calentamiento global.
-       ¿Las estupideces son también contaminantes?
-       ¿Perdona?
-       Nada, que me llevo los espárragos que a mi me salen muy bien los revueltos. Adiós, adiós…

Conseguí pues deshacerme de éste apelante a mis más bajas conciencias, pero al precio de acabar desorientado y sin saber muy bien hacia dónde dirigirme (¡ay de mí pobre hombre sin principios!). Por fortuna descubrí un gran grupo de gente avanzando lentamente a través de uno de los principales pasillos del establecimiento. Quizá por curiosidad, o quizás porque no había muchas alternativas, decidí seguir la comitiva. Al frente de ella se encontraba un gran exhibidor móvil con una gran cantidad de productos de menaje del hogar, desde velas de colores hasta paños de cocina bordados con gran primor. El exhibidor oscilaba con ceremonia de un lado a otro, siguiendo el ritmo marcado por un par de encapuchados que aporreaban sendos tambores de detergente con devota  fruición.

-       Piadoso hermano – me susurra una señora que camina a mi derecha - ¿tiene ya en su casa el ambientador Unicum Verdadem nuestrant est?
-       HUM… - contesto yo procurando no alterar demasiado la solemnidad de la situación (mi falta de principios no me impide ser respetuoso) – pues creo que no, yo siempre compro Ambipur
-       ¡Santa María, madre de dios! Al menos no será el de fragancia de rosas…
-       ¡Ese!, ese precisamente.
-       Que Dios le perdone, ese es el peor de todos. Convertirá su hogar en un local de ambiente. Pero aún esta a tiempo de lograr la salvación si se lleva éste. Llenará su casa de loor de santidad. Además tiene un aroma milagroso. Huela, huela.

Yo huelo. Un insuperable olor a incienso invade mis fosas nasales.

-       No gracias – digo yo con una mueca – prefiero abrir las ventanas.
-       ¡Pero si abre las ventanas entrará la luz!
-       ¡Hombre no! – grito yo –  si le parece me apaño sólo con velas. Al menos me veré el ombligo.

La comitiva se detiene de súbito. Todos me observan con santa indignación. Sintiéndome básica y fundamentalistamente amenazado decido llevarme el ambientador Unicum Verdadem nuestrant est así como un par de estampitas de la patrona de la empresa fabricante. Con una beatífica sonrisa abandono el lugar y doy un giro radical a mi carrito. ¡Ay!, dije radical…

-       Alá Akbar…
-       Perdone, pero no hablo euskera, me lo puede repetir…

El enturbantado personaje con el que me he topado me mira con furia. Antes de que saque el kalashnikov decido virar de nuevo. Estoy totalmente desorientado. Unos me gritan desde la derecha (¡Gibraltar español!), otros desde la izquierda (Yankies go home). Yo oscilo de un lado a otro como una barca a la deriva. Al final, y como por arte de magia (si al final habrá un dios) doy con mis huesos en pleno centro de los productos de primera necesidad. Y ahí está, lo único que necesitaba, y justo cuando estaba a punto de que se me agote. Mi querido HUM.

Unos instantes después, en la línea de salida, la desaborida cajera pasa el código de barras de cada uno de mis recién adquiridos principios por el obediente lector láser. Ella me mira de reojo como si quisiera clasificarme (¡ay estos empleados del Conviction Market!, siempre dividiendo a sus clientes en rojos y azules). Al final, el inevitable problema informático viene a mi encuentro: el lector no reconoce mi paquetito de HUM.

-       No me pasa – dice con fastidio - ¿de dónde lo ha cogido?
-       Por ahí – digo yo señalando sin mucha convicción en cierta e indefinida dirección.
-       Un momentito que llamo al encargado…

“¡Oh no!”, pienso yo, “lo que faltaba”. El encargado, un tipo alto y delgado, con simétrica corbata partiéndole el pecho en pro de su empresa, se me acerca como si hubiera estado años esperando aquel momento (¿?).

-       Hola – dice dándome la mano – soy el encargado.
-       ¿Encargado de qué?
-       De este establecimiento. Y de hacer su vida más cómoda, por supuesto. ¿Cuál es su problema?
-       No me coge esto – interviene la cajera.
-       A ver… - dice el encargado sin perder la sonrisa – “HUM, hágalo usted mismo, contiene todo lo necesario menos el croquis”, lo siento, pero este producto no lo tenemos aquí.
-       ¿Cómo que no? Si lo he cogido de ahí mismo, de ahí  - yo señalo un poco desesperado en dirección indefinida pero llena de sentido para mí.
-       Imposible – contesta el encargado – nosotros sólo ofrecemos productos de primera calidad.
-       ¡De primera calidad! Pero si es lo único que necesito.
-       Se equivoca, lo que usted necesita se los damos nosotros.
-       Oiga, que yo sé muy bien lo que necesito, soy un ciudadano libre.
-       Efectivamente, libre de elegir entre los innumerables productos que le ofrecemos, desde las botellas de humo de la izquierda hasta las uvas pasas de derecha. Usted lo tiene todo aquí. Llévese una buena remesa de Principios y tendrá material para la conversación, la discusión y hasta la pelea fraticida. Y si se le agotan, no se preocupe, nosotros le damos unos nuevos. Con su despensa llena de nuestros Principios y Convicciones nunca tendrá que preocuparse de pensar y tomar sus propias decisiones, ¿se imagina cuánta materia gris se ahorrará?, nuestros productos le dirán en todo momento qué opinar, a quién defender y por qué luchar. Además se asegurará de estar siempre bien acompañado dado que cada uno de nuestros productos goza de un gran número de seguidores, tan estúpidos y felices como usted. ¿Que una nueva situación en concreto le deja a usted y a sus convicciones con el culo al aire? ¡No se preocupe!, tenemos un completísimo juego de catálogos diarios de prensa para cada uno de los principales grupos de convicciones; en ellos encontrará concienzudos artículos y rebuscadas editoriales que le proveerán con los necesarios argumentos para justificar lo injustificable. Créame mi estimado cliente, consumiendo nuestros productos usted estará siempre satisfecho consigo mismo, conseguirá echar la culpa a los demás de todos los males del mundo sin el menor remordimiento, tendrá munición inagotable para criticar al gobierno, a la oposición o a lo que usted decida y ahorrará impagable tiempo para usar su cabecita únicamente en solucionar los problemas de la selección nacional o predecir las nominaciones de Triumpth Operation. No me diga que no le resulta tentador…

Las luces del Conviction Market comienzan a apagarse. Una fémina voz anuncia por megafonía el próximo cierre del establecimiento. La luz del sol comienza a filtrarse a través de las cristaleras avisando de la cercana puesta de sol. Yo permanezco cabizbajo y en silencio con mi paquetito de HUM entre las manos.

-       Bien, ¿ha escogido usted ya? – me pregunta el encargado
-       ¿Escoger entre qué?
-       Entre la felicidad inenarrable de sentirse poseedor de la verdad absoluta o la eterna desazón del relativismo y el debate interior.
-       Me quedo con el debate interior, soy un poco masoquista.
-       Allá usted: será tildado de soso, achantado, pusilánime, descastado, chivato, quintacolumnista, sospechoso, mediastintas, chaquetero, zetapé, se le acusará de no mojarse, de no implicarse, de no posicionarse, de falta de patriotismo, de falta de ideales, de falta de conciencia, de falta de principios, de estar entre Pinto y Valdemoro, de estar con el enemigo, de ser el enemigo en sí mismo, de estar contra ellos por no estar con ellos, los extremos se unirán contra usted.

La sangre me da vueltas en la cabeza y la incansable centrifugadora de mi conciencia me ilumina los ojos. Con un estudiado gesto abandono la caja dejando todos los principios desparramados sobre la cinta. Mi mano se va a mi sien y saludo militarmente. Una sonrisa irónica se me dibuja en el rostro. Cuando salgo a la calle y respiro al fin vida, siento retumbar en mis oídos las últimas palabras del encargado: “no hay paraíso para los que son como usted”.

Por fortuna me llevé el HUM. Sin esperar más tiempo lo utilizo para fabricarme una bicicleta. De esas que vuelan. Pedaleando, pedaleando, me elevo sobre las casas y cruzo el disco de la luna.

La solitaria musa de la libertad me espera.
                                                                   
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Blog de Juan Antonio Anta, Sevilla-Madrid

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