miércoles, 2 de mayo de 2018

El Macho Ibérico va en Manada

En mis tiempos de la Universidad se solía contar un chiste con cierto tufillo machista que decía más o menos así (con múltiples variaciones): un buen día un buen hombre iba caminando por la playa y se topó con un objeto brillante semienterrado en la arena. Agachándose a recogerlo descubrió que era una lámpara de bronce, como aquella que vio en no recordaba qué película. Mientras la frotaba para verla mejor, notó una fuerte vibración, la lámpara pareció como si cobrase vida y salió disparada de sus manos. Maravillado observó entonces cómo de dentro del prodigioso objeto surgía un Genio. Llevaba una especie de pantalón babilónico atado a su cintura, larga coleta anudada con una cinta escarlata, y pendientes de oro colgando de sus orejas.

  • Gracias por haberme liberado – dijo el Genio – como premio te concedo un deseo

Nuestro héroe, no creyendo aún su suerte, se quedó un rato pensando. Tras unos segundos mesándose la barbilla. Dijo finalmente:

  • Mira Genio. A mi me encantan las Islas Canarias pero odio los aviones y los barcos. ¿Tú podrías construir una autopista desde aquí hasta Lanzarote?

Al escuchar la petición la figura del Genio se agitó formando un torbellino y emitió un poderoso bramido de indignación.

  • ¿Estás loco? ¿Tú sabes la distancia que hay de aquí hasta Lanzarote? Eso es una obra de ingeniería completamente inabordable, incluso para un Genio tan poderoso como yo.

(Hay que aclarar que el protagonista de nuestra historia se encontraba paseando por una playa onubense o del Algarve).

El peticionario, al ver su deseo rechazado de forma tan contundente, se dispuso a revisar cuidadosamente su particular lista de sueños, tentaciones, anhelos y más íntimos deseos...

  • No sé... pero... siempre deseé poder entender cómo piensan las mujeres.... ¿tú puedes ayudarme, Genio?

Nuestro representante del gremio de los Genios, que a diferencia de los Ángeles son unos seres fantásticos que sí que tienen sexo, era sin lugar a duda del género masculino. Por lo tanto se quedó por un instante sin palabras. Miró fijamente a su libertador. Se ajustó sus pantalones babilónicos. Se retorció su coleta y toqueteó sus pendientes de oro. Abrió entonces su enorme boca y con santa resignación dijo: “a ver amigo mío.. ¿de cuántos carriles quieres tu dichosa autopista?”

El chiste que acabo de novelar pertenece a aquel subgénero de anécdotas, tópicos y lugares comunes referidos a la dificultad innata del varón arquetípico para comprender a la mujer. Dejando de lado lo cómico de esta incapacidad masculina, la actualidad de la semana pasada, centrada en la sentencia por el caso de violación múltiple en Pamplona, no ha podido dejar de recordarme esta concepción bastante común entre muchos hombres.

No saber comprender la forma de pensar de los demás impide ejecutar un ejercicio mental tremendamente saludable, que es ser capaz de “ponerse” en el lugar del otro. Y este ejercicio es lo que se denomina empatía. Lo más preocupante para mí de la sentencia contra La Manada, y todo lo que la ha rodeado en términos de votos particulares de algún juez y justificaciones de la misma más o menos explícitas por parte de algunos sectores de opinión, es una radical y total falta de empatía. Incapacidad, quizás innata, acerca de cómo comprender lo que puede llegar a pensar o sentir una mujer en determinadas circunstancias.

El Macho Ibérico tradicional, el de la generación de nuestros abuelos y nuestros padres, centraba su falta de empatía hacia las mujeres de una forma muy simple: se las ignoraba. No sólo sus opiniones, sus anhelos, sus sentimientos o su perspectiva vital, la falta de consideración por la mujer también se ejercía en la cama: el objeto de la hembra es dar placer al hombre y da igual si ella disfruta o no. Lo importante es “tener-la llenita la nevera”.

El Macho Ibérico 2.0, el educado en los cuartos virtuales del Redtube y el Pornhub, conceptúa a la mujer de una forma más elaborada, supuestamente menos egoísta, como una especie de imagen especular de sí mismo, pero con los órganos sexuales a la inversa. La falta de empatía se convierte en lo que llamo “expatía”, que es creer que el otro piensa exactamente igual que el yo. El Macho Ibérico 2.0 cree que su propio deseo sexual se transfiere tal cual a su pareja, y que si ella no ha dicho explícitamente que no es que realmente es que sí, que en verdad lo que pasa es que no sabe lo que quiere, que si yo estoy excitado ella tiene que estarlo también, y verás “qué bien se lo pasa conmigo” si se “dejar hacer”. El Macho Ibérico 2.0, cuando ve a una chica vistiendo sexy es que “quiere follar”, pero no alcanza a comprender que lo que quiere es follar con otro, y ese otro no es precisamente él. Ese mismo Macho Ibérico 2.0 es el que exclama con vehemencia que ellas “lo que quieren es que las den caña”, porque “caña” es lo que él secretamente anhela. Por eso no entiende que una mujer no disfrute siempre que es penetrada y cuántas más veces mejor. Por eso ve “regocijo” y “jolgorio” en una escena de sexo con cinco varones si la mujer no se resiste explícitamente. Porque es obvio que a ella le gusta, ¿o es que no le gustaría a él ser “violado” por cinco tías buenorras en un portal?

Esta falta de empatía se evidencia también en el Código Penal. Todos los días uno aprende algo nuevo y en estos días aprendí con sorpresa que en nuestro ordenamiento jurídico (y por lo visto también en el de muchos otros países de nuestro entorno) el sexo sin consentimiento con una persona adulta, siempre y cuando no haya “ni intimidación ni violencia” no se considera violación. Según esta premisa, tener sexo con una mujer drogada o ebria no sería violación. ¿Cómo va a serlo si en realidad le estamos haciendo un favor? Y es eso justamente lo que subyace en dicha figura jurídica. El legislador entiende que el verdadero mal está en hacer daño físico o psicológico, pero no en el mismo acto de tener sexo en sí, que en el fondo “no es tan malo”. Que todas las mujeres sin excepción consideren que un hecho así es la mayor de las humillaciones es por tanto secundario. La Ley está creada e interpretada a la luz de una visión puramente masculina que se pone, simultáneamente, en el lugar del hombre y de la mujer, creyendo que son lo mismo, cuando en realidad no lo son.


En este punto reconozco mi dificultad para establecer las razones de esta incapacidad del Macho Ibérico 2.0 y de muchos varones en general. Algunos establecen razones biológicas y antropológicas pero que pueden ser revertidas con educación, como es el caso del filósofo Victor Lapuente, y por tanto solucionables. Otra visión más desoladora lo asocia a puros factores genéticos, y por tanto inevitable. La evolución de la sociedad indica que es lo primero y no lo segundo, porque si estas expresiones tuvieran un origen irremisiblemente ligado al cromosoma Y nada hubiéramos avanzado desde el macho cavernícola.

Y no puedo acabar este escrito sin dejar de resaltar también que la falta de empatía no es sólo patrimonio de los hombres. El que esto escribe, que tiene de Macho Ibérico lo que un buen whisky escocés tiene de vino de Jerez (los que entiendan de whisky comprenderán por qué he usado esta analogía precisamente), ha percibido muchas veces una censura y un desprecio asociado a su mera condición de varón. Aunque resulte una obviedad decirlo, no todos los hombres son iguales y ser prejuzgado como tal es tan injusto como el “todas son iguales” o “todas son unas putas”. Todo movimiento político e ideológico bienintencionado siempre ha tenido su sector extremo, y en el caso que nos ocupa este sector corre el riesgo de generar un rechazo que el movimiento en sí no merece. No se trata de castrar a los que hacen chistes machistas (ya sea voluntarios o involuntarios) ni de convertir por decreto el Genio de la Lámpara en una Genia. Se equivocan por tanto las que consideran este problema como una guerra de sexos. Es una guerra contra una determinada cultura que por desgracia, todavía hoy en día, rige las relaciones de pareja. Y en esa guerra estamos muchas y muchos, tanto mujeres como hombres.

Juan Antonio Anta, Cercedilla, 1 de Mayo de 2018


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