En mis tiempos de la Universidad se solía contar un chiste con cierto tufillo machista que decía más o menos así (con múltiples variaciones): un buen día un buen hombre iba caminando por la playa y se topó con un objeto brillante semienterrado en la arena. Agachándose a recogerlo descubrió que era una lámpara de bronce, como aquella que vio en no recordaba qué película. Mientras la frotaba para verla mejor, notó una fuerte vibración, la lámpara pareció como si cobrase vida y salió disparada de sus manos. Maravillado observó entonces cómo de dentro del prodigioso objeto surgía un Genio. Llevaba una especie de pantalón babilónico atado a su cintura, larga coleta anudada con una cinta escarlata, y pendientes de oro colgando de sus orejas.
- Gracias por haberme liberado – dijo el Genio – como premio te concedo un deseo
Nuestro
héroe, no creyendo aún su suerte, se quedó un rato pensando. Tras
unos segundos mesándose la barbilla. Dijo finalmente:
- Mira Genio. A mi me encantan las Islas Canarias pero odio los aviones y los barcos. ¿Tú podrías construir una autopista desde aquí hasta Lanzarote?
Al escuchar
la petición la figura del Genio se agitó formando un torbellino y
emitió un poderoso bramido de indignación.
- ¿Estás loco? ¿Tú sabes la distancia que hay de aquí hasta Lanzarote? Eso es una obra de ingeniería completamente inabordable, incluso para un Genio tan poderoso como yo.
(Hay que
aclarar que el protagonista de nuestra historia se encontraba
paseando por una playa onubense o del Algarve).
El
peticionario, al ver su deseo rechazado de forma tan contundente, se
dispuso a revisar cuidadosamente su particular lista de sueños,
tentaciones, anhelos y más íntimos deseos...
- No sé... pero... siempre deseé poder entender cómo piensan las mujeres.... ¿tú puedes ayudarme, Genio?
Nuestro
representante del gremio de los Genios, que a diferencia de los
Ángeles son unos seres fantásticos que sí que tienen sexo, era sin
lugar a duda del género masculino. Por lo tanto se quedó por un
instante sin palabras. Miró fijamente a su libertador. Se ajustó
sus pantalones babilónicos. Se retorció su coleta y toqueteó sus
pendientes de oro. Abrió entonces su enorme boca y con santa
resignación dijo: “a ver amigo mío.. ¿de cuántos carriles
quieres tu dichosa autopista?”
El chiste
que acabo de novelar pertenece a aquel subgénero de anécdotas,
tópicos y lugares comunes referidos a la dificultad innata del varón
arquetípico para comprender a la mujer. Dejando de lado lo cómico
de esta incapacidad masculina, la actualidad de la semana pasada,
centrada en la sentencia por el caso de violación múltiple en
Pamplona, no ha podido dejar de recordarme esta concepción bastante
común entre muchos hombres.
No saber
comprender la forma de pensar de los demás impide ejecutar un
ejercicio mental tremendamente saludable, que es ser capaz de
“ponerse” en el lugar del otro. Y este ejercicio es lo que se
denomina empatía. Lo más
preocupante para mí de la sentencia contra La Manada,
y todo lo que la ha rodeado en términos de votos particulares de
algún juez y justificaciones de la misma más o menos explícitas
por parte de algunos sectores de opinión, es una radical y total
falta de empatía. Incapacidad, quizás innata, acerca de cómo
comprender lo que puede llegar a pensar o sentir una mujer en
determinadas circunstancias.
El Macho Ibérico tradicional, el de la generación de nuestros
abuelos y nuestros padres, centraba su falta de empatía hacia las
mujeres de una forma muy simple: se las ignoraba. No sólo sus
opiniones, sus anhelos, sus sentimientos o su perspectiva vital, la
falta de consideración por la mujer también se ejercía en la cama:
el objeto de la hembra es dar placer al hombre y da igual si ella
disfruta o no. Lo importante es “tener-la llenita la nevera”.
El
Macho Ibérico 2.0, el educado en los cuartos virtuales del Redtube
y el Pornhub,
conceptúa a la mujer de una forma más elaborada, supuestamente
menos egoísta, como una especie de imagen especular de sí mismo,
pero con los órganos sexuales a la inversa. La falta de empatía se
convierte en lo que llamo “expatía”, que es creer que el otro
piensa exactamente igual que el yo.
El Macho Ibérico 2.0 cree que su propio deseo sexual se transfiere
tal cual a su pareja, y que si ella no ha dicho explícitamente que
no es que realmente es que sí, que en verdad lo que pasa es que no
sabe lo que quiere, que si yo estoy excitado ella tiene que estarlo
también, y verás “qué bien se lo pasa conmigo” si se “dejar
hacer”. El Macho Ibérico 2.0, cuando ve a una chica vistiendo sexy
es que “quiere follar”, pero no alcanza a comprender que lo que
quiere es follar con otro, y ese otro no es precisamente él. Ese
mismo Macho Ibérico 2.0 es el que exclama con vehemencia que ellas
“lo que quieren es que las den caña”, porque “caña” es lo
que él secretamente anhela. Por eso no entiende que una mujer no
disfrute siempre que es penetrada y cuántas más veces mejor. Por
eso ve “regocijo” y “jolgorio” en una escena de sexo con
cinco varones si la mujer no se resiste explícitamente. Porque es
obvio que a ella le gusta, ¿o es que no le gustaría a él ser
“violado” por cinco tías buenorras en un portal?
Esta falta de empatía se evidencia también en el Código Penal.
Todos los días uno aprende algo nuevo y en estos días aprendí con
sorpresa que en nuestro ordenamiento jurídico (y por lo visto
también en el de muchos otros países de nuestro entorno) el sexo
sin consentimiento con una persona adulta, siempre y cuando no haya
“ni intimidación ni violencia” no se considera violación. Según
esta premisa, tener sexo con una mujer drogada o ebria no sería
violación. ¿Cómo va a serlo si en realidad le estamos haciendo un
favor? Y es eso justamente lo que subyace en dicha figura jurídica.
El legislador entiende que el verdadero mal está en hacer daño
físico o psicológico, pero no en el mismo acto de tener sexo en sí,
que en el fondo “no es tan malo”. Que todas las mujeres sin
excepción consideren que un hecho así es la mayor de las
humillaciones es por tanto secundario. La Ley está creada e
interpretada a la luz de una visión puramente masculina que se pone,
simultáneamente, en el lugar del hombre y de la mujer, creyendo que
son lo mismo, cuando en realidad no lo son.
En este punto reconozco mi dificultad para establecer las razones de
esta incapacidad del Macho Ibérico 2.0 y de muchos varones en
general. Algunos establecen razones biológicas y antropológicas
pero que pueden ser revertidas con educación, como es el caso
del filósofo Victor Lapuente, y por tanto solucionables. Otra visión más desoladora lo asocia a puros
factores genéticos, y por tanto inevitable. La evolución de la
sociedad indica que es lo primero y no lo segundo, porque si estas expresiones tuvieran un
origen irremisiblemente ligado al cromosoma Y nada hubiéramos
avanzado desde el macho cavernícola.
Y
no puedo acabar este escrito sin dejar de resaltar también que la
falta de empatía no es sólo patrimonio de los hombres. El que esto
escribe, que tiene de Macho Ibérico lo que un buen whisky escocés
tiene de vino de Jerez (los que entiendan de whisky comprenderán por
qué he usado esta analogía precisamente), ha percibido muchas veces una censura y un desprecio asociado a su mera
condición de varón. Aunque resulte una obviedad decirlo, no todos
los hombres son iguales y ser prejuzgado como tal es tan injusto como
el “todas son iguales” o “todas son unas putas”. Todo
movimiento político e ideológico bienintencionado siempre ha tenido
su sector extremo, y en el caso que nos ocupa este sector corre el
riesgo de generar un rechazo que el movimiento en sí no merece. No
se trata de castrar a los que hacen chistes machistas (ya sea voluntarios o involuntarios) ni de convertir
por decreto el Genio de la Lámpara en una Genia. Se equivocan por
tanto las que consideran este problema como una guerra de sexos. Es
una guerra contra una determinada cultura que por desgracia, todavía
hoy en día, rige las relaciones de pareja. Y en esa guerra estamos
muchas y muchos, tanto mujeres como hombres.
Juan Antonio Anta, Cercedilla, 1 de Mayo de 2018