martes, 24 de octubre de 2017

Besugos Nacionalistas

Cuando dos personas hablan y cada una de ellas se limita a repetir sus argumentos de forma mecánica de forma que se acaba en una especie de discusión circular, sin principio ni fin, como suma de monólogos estancos e infinitos, se suele recurrir a la expresión coloquial “Diálogo de besugos”. Y es que el manido “conflicto” (según unos) o “desafío” (según otros) catalán no hace más que poner de manifiesto, día tras día, que este debate es un excelente ejemplo de diálogo de besugos político sin fin ni esperanza posible de solución.

Conviene no llamarse a engaño. El “problema catalán” surge de la oposición frontal de dos nacionalismos. No es por tanto un debate racional, a pesar de que cada parte se empeñe en reforzar sus argumentos con supuestas ideas fuerza. El primer besugo, el grande, y el que tiene además la sartén por el mango, se excuda en el “incumplimiento de la ley” por parte del otro besugo. Éste otro, en cambio, pequeño pero rebelde, se ampara en el “derecho a decidir”. Ambos besugos, quizás precisamente porque lo son y tienen memoria de pez, ignoran hechos igualmente importantes en su racial pelea. Al primer besugo parece no importarle que más de dos millones de personas que además viven concentradas en un determinado territorio no se sientan identificadas con la nación del besugo grande y quieran construir la suya propia. En contraposición el besugo pequeño obvia con pasmosa facilidad (quizás porque es precisamente un besugo) que un porcentaje casi igual de grande de la población de dicho territorio no desea picar en el mismo anzuelo que él. El besugo mayor, quizás debido al hecho de que es un besugo y los besugos no gustan de mudanzas, trata la ley como si fuera algo inamovible e irreformable. Al besugo pequeño, por contra, le refanfinfla saltar de la sartén legal sin saber si va a caer en plato conocido o si se va a achicharrar directamente.

Y es que cuando se trata de naciones y banderas todos somos un poco besugos. Al viejo Zapatero casi se le crucifica por decir en el Senado en el año 2004 que “nación” es un concepto “discutido y discutible”. Zapatero se pasó de filósofo y defender lo que debiera ser obvio hizo que todos los besugos patriotas del estado saltaran como salmones ofendidos. Dicen que el “amor es ciego”, y eso es lo que normalmente le ocurre a un besugo, ya sea grande o pequeño, cuando trata de “demostrar” el amor a su patria, al igual que los teólogos medievales trataban de demostrar la asistencia de Dios con argumentos racionales. Y es que la fe, al igual que el patriotismo, el apoyo a un determinado club de fútbol y por extensión el sentimiento de pertenencia a un grupo, son asuntos del corazón y no de la razón. Las leyes de organización de un estado, como esa Constitución que el besugo grande usa como espeto justiciero contra el besugo pequeño, se diseñan para articular precisamente los sentimientos nacionales de un determinado grupo humano. Y al igual que cualquier otra ley, son imperfectas, y a veces dejan de funcionar igual de bien que cuando se inventaron.

“La Constitución se puede modificar” dice el besugo grande con la boca (de pez) pequeña, conminando al besugo pequeño a promover por medios “legales” la modificación de la ley suprema del estado. Pero ambos besugos saben bien que eso no es tan sencillo cuando las mayorías respectivas son asimétricas, esto es, cuando se concentran en zonas geográficas muy definidas del estado. El besugo pequeño es perfectamente consciente de que nunca logrará convencer a la mayoría de los habitantes de la nación del besugo grande que a su propia nación le va a faltar un pedazo próximamente, del mismo modo que un hincha de un determinado club de fútbol nunca convencerá a otro de un club rival de que cante los goles de su equipo. El besugo grande tampoco convencerá nunca al besugo pequeño que deje de sentir lo que siente, ya sea amedrentándole con salvajes coletazos o amenazándole con llevarle el pienso a otra parte. Y es que cuando se trata de asuntos del corazón la razón por desgracia no sirve de nada, precisamente porque todos, incluso los besugos, algo de humano tienen.

No quiero yo decir que todos en este debate sean unos besugos. De hecho existen algunos pocos que tratan de salirse de la piscifactoría besuguil y tratar de poner un poco de razón en el asunto. Unos mostrando con juicio el poco sentido que tiene poner compuertas a un pedazo de mar, cuando hoy en día el cash flow se cuela y circula por todos lados. Los otros proponiendo que se articule algún tipo de consulta pactada y legal, para al menos saber si los besugos pequeños son mayoría o no, o si al fin y al cabo son tan besugos como parecen.

Pero por desgracia el debate lo monopolizan los besugos de raza. Quizás porque como en todo buen diálogo de besugos, no se habla para el otro, si no para uno mismo. Mientras tanto a mí, con tanto hablar de besugos nacionales, espetos justicieros y patrias calaveras, además de entrarme hambre, me viene a la memoria aquella estrofa que leí hace años de la Canción del Pirata, de José de Espronceda:

“Allá muevan feroz guerra, ciegos reyes,
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso Leyes”



 Juan Antonio Anta, Sevilla, 24 de Octubre de 2017

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