Cuando
dos personas hablan y cada una de ellas se limita a repetir sus
argumentos de forma mecánica de forma que se acaba en una especie de
discusión circular, sin principio ni fin, como suma de monólogos
estancos e infinitos, se suele recurrir a la expresión coloquial
“Diálogo de besugos”. Y es que el manido “conflicto” (según
unos) o “desafío” (según otros) catalán no hace más que poner
de manifiesto, día tras día, que este debate es un excelente
ejemplo de diálogo de besugos político sin fin ni esperanza posible
de solución.
Conviene
no llamarse a engaño. El “problema catalán” surge de la
oposición frontal de dos nacionalismos. No es por tanto un debate
racional, a pesar de que cada parte se empeñe en reforzar sus
argumentos con supuestas ideas fuerza. El primer besugo, el grande, y
el que tiene además la sartén por el mango, se excuda en el
“incumplimiento de la ley” por parte del otro besugo. Éste otro,
en cambio, pequeño pero rebelde, se ampara en el “derecho a
decidir”. Ambos besugos, quizás precisamente porque lo son y
tienen memoria de pez, ignoran hechos igualmente importantes en su
racial pelea. Al primer besugo parece no importarle que más de dos
millones de personas que además viven concentradas en un determinado
territorio no se sientan identificadas con la nación del besugo
grande y quieran construir la suya propia. En contraposición el
besugo pequeño obvia con pasmosa facilidad (quizás porque es
precisamente un besugo) que un porcentaje casi igual de grande de la
población de dicho territorio no desea picar en el mismo anzuelo que
él. El besugo mayor, quizás debido al hecho de que es un besugo y
los besugos no gustan de mudanzas, trata la ley como si fuera algo
inamovible e irreformable. Al besugo pequeño, por contra, le
refanfinfla saltar de la sartén legal sin saber si va a caer en
plato conocido o si se va a achicharrar directamente.
Y es que
cuando se trata de naciones y banderas todos somos un poco besugos.
Al viejo Zapatero casi se le crucifica por decir en el Senado en el
año 2004 que “nación” es un concepto “discutido y
discutible”. Zapatero se pasó de filósofo y defender lo que
debiera ser obvio hizo que todos los besugos patriotas del estado
saltaran como salmones ofendidos. Dicen que el “amor es ciego”, y
eso es lo que normalmente le ocurre a un besugo, ya sea grande o
pequeño, cuando trata de “demostrar” el amor a su patria, al
igual que los teólogos medievales trataban de demostrar la
asistencia de Dios con argumentos racionales. Y es que la fe, al
igual que el patriotismo, el apoyo a un determinado club de fútbol y
por extensión el sentimiento de pertenencia a un grupo, son asuntos
del corazón y no de la razón. Las leyes de organización de un
estado, como esa Constitución que el besugo grande usa como espeto
justiciero contra el besugo pequeño, se diseñan para articular
precisamente los sentimientos nacionales de un determinado grupo
humano. Y al igual que cualquier otra ley, son imperfectas, y a veces
dejan de funcionar igual de bien que cuando se inventaron.
“La
Constitución se puede modificar” dice el besugo grande con la boca
(de pez) pequeña, conminando al besugo pequeño a promover por
medios “legales” la modificación de la ley suprema del estado.
Pero ambos besugos saben bien que eso no es tan sencillo cuando las
mayorías respectivas son asimétricas, esto es, cuando se concentran
en zonas geográficas muy definidas del estado. El besugo pequeño es
perfectamente consciente de que nunca logrará convencer a la mayoría
de los habitantes de la nación del besugo grande que a su propia
nación le va a faltar un pedazo próximamente, del mismo modo que un
hincha de un determinado club de fútbol nunca convencerá a otro de
un club rival de que cante los goles de su equipo. El besugo grande
tampoco convencerá nunca al besugo pequeño que deje de sentir lo
que siente, ya sea amedrentándole con salvajes coletazos o
amenazándole con llevarle el pienso a otra parte. Y es que cuando se
trata de asuntos del corazón la razón por desgracia no sirve de
nada, precisamente porque todos, incluso los besugos, algo de humano
tienen.
No quiero
yo decir que todos en este debate sean unos besugos. De hecho existen
algunos pocos que tratan de salirse de la piscifactoría besuguil y
tratar de poner un poco de razón en el asunto. Unos mostrando con
juicio el poco sentido que tiene poner compuertas a un pedazo de
mar, cuando hoy en día el cash flow se cuela y circula por
todos lados. Los otros proponiendo que se articule algún tipo de
consulta pactada y legal, para al menos saber si los besugos pequeños
son mayoría o no, o si al fin y al cabo son tan besugos como
parecen.
Pero por
desgracia el debate lo monopolizan los besugos de raza. Quizás
porque como en todo buen diálogo de besugos, no se habla para el
otro, si no para uno mismo. Mientras tanto a mí, con tanto hablar de
besugos nacionales, espetos justicieros y patrias calaveras, además
de entrarme hambre, me viene a la memoria aquella estrofa que leí
hace años de la Canción del Pirata, de
José de Espronceda:
“Allá muevan feroz guerra, ciegos reyes,
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso Leyes”
Juan Antonio Anta, Sevilla, 24 de Octubre de 2017