lunes, 12 de octubre de 2020

Cinco días en la Isla del Hierro

 

    Tenía pensado escribir este post al poco de volver de la Isla del Meridiano, pero las siempre apremiantes tareas del trabajo y de la vida me obligaron a posponerlo semana a semana. Al final aprovecho el puente de la Hispanidad, este año más atípico y polémico que nunca, para, al menos, iniciarlo.

    Antes de nada tengo que decir que El Hierro es, a pesar de su relativa pequeñez, la isla más inextricable e inabarcable de todas las Canarias. El Hierro es "difícil" de entender, cuesta comprenderla. ¿Es un destino de playa o de montaña? ¿Es un lugar inhóspito y salvaje, o se trata de un enclave agradable y acogedor? ¿hace calor o hace frío? Solo por pelearse con esa insoluble dialéctica merece la Isla del Hierro ser visitada.

    Evidentemente para "comprender" un lugar hace falta vivir en él. A falta de tiempo (o de vidas) no hay más remedio que reducir la ventana de tiempo. En este caso considero que el tiempo mínimo necesario son 5 días. Vamos a ello.

Día 1. Llegada y asentamiento en la costa de Timijiraque. 

Llegamos un 27 de agosto de 2020 en vuelo procedente de Tenerife Norte. Poco más da ese día que recoger el coche de alquiler (imprescindible en cualquier isla, y más en el Hierro) y cambiar al poco tiempo por otro coche de alquiler (dado el lamentable estado de las ruedas). Hacemos por primera vez ese trayecto que tantas veces repetiríamos en toda nuestra estancia y que conecta los centros neurálgicos de la isla: Aeropuerto (conexión aérea) - Puerto de la Estaca (conexión marítima) -Valverde (capital) - Central Eléctrica - Timijiraque. Este último no es precisamente un centro neurálgico pero es el lugar en el que nos hospedamos. No es bonito (al menos en comparación con otras partes de la isla) pero sí está bien situado,  por su cercanía a la capital, al puerto y al aeropuerto. Tiene playa, de arena negra como casi todas en este lugar del mundo, y un espléndido restaurante, el Bahía, llevado por una eficiente y simpática familia italiana. 

                                                            Casa en Timijiraque. Costa Noreste.


Timijiraque está, por decirlo de alguna manera, en la zona "fea" de la isla. Vertiente Este, es un terreno volcánico "duro", lo que en Canarias se llama malpaís, porque es extremadamente árido y solo algunas pocas especies vegetales de pátina amarillenta y aspecto deprimente consiguen adaptarse al terreno. Aún así uno no puede evitar sentirse impresionado por las mareantes alturas, los empinados riscos y la tierra abotonada  y negra cayendo a plomo sobre el océano, como una erupción que se ha quedado congelada desde hace siglos.

Nos recibe la Isla con un calor seco y afixiante y un viento incesante. Toda la zona alta de la isla está cerrada por riesgo de incendio. Durante la noche las servilletas de la cena vuelan, las botellas tintinean y el ruido sibilante se filtra por las ventanas y las grietas con como si se nos avisase de un destino funesto. Nada más lejos de la realidad. El Hierro y sus secretos nos esperan a partir de mañana.


Día 2. Zona norte: Charco Manso. Pozo de las Calcosas. Miradores.

Dada la ola de calor sahariano y la imposibilidad de acceder a la zona alta y boscosa de la isla, decidimos dedicar el día a visita los balnearios (balneario = literalmente, lugar para bañarse - perdón por el palabro) del Norte. Pasando, cómo no, por Valverde, nos encaminamos hacia Charco Manso, al que llegamos poco antes de medio día después de descender por una empinada y zigzagueante carretera.

(Paréntesis sobre la orografía de El Hierro: al igual que otras Islas Canarias de similar "construcción", el Hierro es escarpada, acantilada y elevada en casi todo su interior. Eso significa que para ir de un lugar a otro casi siempre hay que subir bastante, para luego precipitarse de nuevo hacia el mar por el lado opuesto. Casi nunca se pierde de vista el mar, y todas las rutas son lo más parecido a un viaje de avión que nuestra terrestre mente automovilista pueda imaginar.)

Charco Manso nos recibe con nubes, viento y, haciendo poco honor a su nombre, marejada. Aún así uno no puede resistir el placer de darse un chapuzón entre olas y rocas. 

 Charco Manso. Norte de la Isla, cerca de Echedo. 

Tras la visita a Charco Manso nos encaminamos a otro lugar realmente curioso: el Pozo de las Calcosas. Se trata de un escondido poblado formado por una caótica agrupación de casas de piedra volcánica que se mimetizan con el acantilado como camaleones rocosos. Una larga escalera de piedra permite el acceso al desconcertante lugar, que nos recibe con sol y la típica chiquillería canaria disfrutando de baños y chapuzones. Buen lugar para bañarse y comerse un bocadillo bajo el sol.

Pozo de las Calcosas. Al pie del pueblo de Mocanal

Nuestra siguiente parada es el famoso Mirador de la Peña, diseñado por el insigne artista lanzaroteño César Manrique. Este mirador ofrece impresionantes vistas de la bahía de El Golfo, ese espectacular "bocado" que parece que el mar le ha dado a la isla por su lado Oeste. El lugar ofrece otra muestra más del característico estilo de Manrique, siempre inspirándose en el propio paisaje para crear sus construcciones, como si no quisiera perturbar el entorno, solo embellecerlo.

Vista de El Golfo desde el Mirador de la Peña, a 700 metros de altitud

        
Mirador de la Peña, obra de César Manrique.

Aunque no tan famoso, merece la pena subir al Mirador de Jinama, unos pocos kilómetros más arriba en dirección a San Andrés. Este mirador ofrece una vista más centrada y elevada de la depresión de El Golfo.  Desde Jinama se puede ver en primer plano la mayor elevación de la isla, el pico de Malpaso, con 1501 metros de altitud, así como descender a pie por el camino de Jinama hasta la población de Frontera. 

Vista de El Golfo desde el Mirador de Jinama, a 1230 metros de altitud. 


Curiosa formación, al inicio del camino de Jinama.

Este primer día de viaje en serio por la Isla, ya apreciamos por primera vez sus contrastes. De la zona volcánica y desierta del Norte y Noreste, pasamos a una especie de "sabana" donde la vegetación comienza a ser abundante y que hace de antesala de los bosques de laurisilva que visitaremos, si el tiempo lo permite, en los próximos días. 

Tras nuestra aérea y deslumbrante visita a los miradores de El Golfo, cuya visita "terrestre" dejamos para el siguiente día, decidimos mover las piernas y caminar desde la carretera hasta el emblemático Árbol Garoé, muy cerquita del pueblo de San Andrés. Se trata de un lugar más mágico de la isla, puesto que alberga un descendiente directo del árbol que proveía de agua fresca a los antiguos habitantes de El Hierro, no solo aborígenes, sino también después de la conquista castellana. El Árbol Garoé condensaba y aún condensa en sus hojas la humedad del viento marino (la llamada "lluvia vertical"). Merece mucho la pena conocer el lugar y leer su historia y su geología. 

   Árbol Garoé, cerca de San Andrés

Vista del mar, y del mar de nubes, desde el emplazamiento del Arbol Garoé.

De vuelta a Valverde, hacemos una parada estratégica en el mirador de la Central hidroeólica Gorona del Viento, la apuesta canaria por la autosuficiencia energética. 

Central Hidroeólica, Gorona del Viento, cerca de Valverde. Al fondo el puerto de la Estaca. 

Finalizamos la jornada paseando por Valverde y cenando, muy bien por cierto, en uno de los pocos restaurantes que en la crisis del COVID-19 permanece abierto: La Tafeña.

Iglesia de la Concepción en Valverde.


Día 3. Circuito Oeste: El Golfo, playa de El Verodal, El meridiano. Ermita Virgen de las Nieves. 








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