Un Éxito de Audiencia
(ficción social)
Juan Antonio Anta
(Sobre este relato se ha realizado un cortometraje a cargo de Artel Productions.
Antes del suceso que cambió bruscamente mi vida
he de confesar que yo no veía mucho la televisión. Bien es cierto que poseía un
buen televisor en casa, y que muchas veces experimentaba el placer
indescriptible, casi diabólico, de aposentarme en el sillón después de un día
de intenso trabajo, apoyar las piernas sobre una silla, y agarrar el mando a
distancia como un amuleto, para con él ver desfilar frente a mí caras, cuerpos
y paisajes a mi elección. Sin embargo, y aunque parezca mentira, no me gustaba
ver la televisión. En mi opinión el acto de ver la ``tele'' era una
imperdonable pérdida de tiempo, resultaba demasiado cómodo y no aportaba nada,
y hasta podía decir, aunque ahora pueda resultar difícil de creer, que era
simplemente aburrido. Sí, aburrido. Por ello raras veces encendía el televisor,
y todo un mundo de imágenes permanecía ajeno a mí hasta que, de una manera que
no se puede explicar salvo por la inexplicable perversión del destino, aconteció
algo que ya es por muchos conocido, pero sobre lo cual nunca hasta ahora me he
decidido a plasmarlo en un escrito.
*************************
Todo ocurrió rápida y sorpresivamente. Como una
llamada de teléfono a las siete de la tarde de un día laborable.
- Buenas tardes. ¿El señor José Luis Martínez?
- Sí, soy yo.
- Ah, estupendo. Soy Carmen Guerrero, directora
del programa ``Las cosas de la vida''. Queremos hacerle una entrevista en su
domicilio.
- Sí, pero ¿a
cuenta de qué?
- Usted es o era vecino de Felicitación González, ¿no?
- Si, creo que sé a quien se refiere.
- Bien, ahora vamos para allá. Es el número ocho
de la calle, ¿me equivoco?
- Si, digo no, pero...
- Hasta ahora.
Ella colgó y el teléfono quedó en mi mano
dando el tono. Casi no me había dado
tiempo a decir nada. Cuando ya estaba empezando a olvidarme de la tal Carmen
Guerrero llamaron al telefonillo.
- Buenas, somos los de la tele, ¿nos abre?
- Sí, bueno, ¡qué rapidez!
Nada más abrir el
portal escuché la escalera llenarse
de voces y golpes. En pocos segundos cinco operadores de televisión cargados con cajas negras y trípodes se presentaron ante mi puerta. No había de momento rastro de ninguna presentadora.
Apenas susurré un ``pasen''
penetraron en mi casa como un ejército de
ocupación.
- ¿Dónde está el salón?
- Al fondo del pasillo.
- ¿Hay
balcones?
- Sí, dos.
- ¿el
servicio?
- Por aquí.
- Gracias.
En pocos minutos tenía mi salón-comedor
convertido en un auténtico plató de televisión. Cuatro
gigantescos focos estaban en las esquinas. Y dos cámaras se encontraban colocadas una casi frente a
la otra. Los muebles estaban cambiados de sitio y los que no cabían los pusieron en el pasillo unos encima de
otros. Nada más terminar y con una
sincronía asombrosa llamaron a
la puerta.
- Hola, una vecina nos ha abierto el portal. Soy
Carmen Guerrero.
Era una mujer resuelta, de labios pintados y
sonrisa brillante. Venía con otra
mujer con aspecto de maquilladora. Después de
cogerme la mano y movérmela
arriba y abajo a modo de saludo pasó hacia el salón como una marquesa. No le debió gustar la disposición de los muebles porque rápidamente los volvieron a cambiar de sitio.
Contemplé asustado los módulos del sofá y las sillas volar de un lado a otro a hombros
de los operarios mientras la directora del programa daba instrucciones. Por
fortuna al final se alcanzó el
equilibrio y los muebles permanecieron inmóviles.
La que parecía
maquilladora me miró con
disgusto y ordenó que me sentase. Sin
perder un instante comenzó a llenarme
las mejillas de polvos y potingues diversos.
- ¡No pongas
esa cara que vas a salir en la tele! - dijo mientras yo cerraba los ojos.
Cuando los abrí Carmen Guerrero se
encontraba sentada delante de mí con una
carpeta en la mano.
- Bueno, tenemos diez minutos antes de salir en
antena - dijo. Asombrado me preguntó que habría pasado si yo no hubiese estado en casa. - Vamos
a hacerte unas preguntas sobre la señora que se
ha suicidado en esta finca.
- De acuerdo, pero le advierto que apenas la
conocía.
- No importa. ¿Qué estudias?
- No estudio, trabajo.
- ¿Dónde trabajas?
- En un laboratorio. Hacemos espectroscopía láser y
dispersión de luz dinámica.
Con un sonido gutural simuló haberse enterado. Mirando a sus papeles continuó.
- ¿Vives sólo?
- Ahora sí.
- ¿Tienes
novia?
- Cortamos hace dos meses.
De nuevo volvió a reproducir ese sonido gutural mezcla de atención y desinterés y desvió su mirada hacia uno de los cámaras. Empezó a dar instrucciones a diestro y
siniestro. Un chico empujó un monitor
sobre ruedas y lo situó a mitad de
camino entre donde ella y yo nos sentábamos. Con
grandes letras apareció el título del programa en la pantalla y se escuchó una sintonía insulsa.
Carmen Guerrero cruzó sus
piernas y miró a la cámara con una sonrisa. Yo me incorporé expectante.
- Buenas noches y bienvenidos una semana más a ``Las cosas de la vida''. Hoy tratamos el
caso de Felicitación González, una anciana afable y pacífica que hace unos días fue encontrada muerta en su propia cocina, con
la goma de la bombona de gas introducida en la boca. La investigación policial ha determinado que se trataba de un
suicidio. Vivía sola y apenas tenía familia. En estos momentos nos encontramos en
el domicilio de José Luis Martínez, vecino
de Felicitación y antiguo conocido
suyo. José Luis fabrica armas láser y vive
también solo, su novia lo ha
abandonado hace dos meses.
Yo la miré atónito. Con un estudiado movimiento se dirigió hacia mí.
- José Luis, buenas noches. Dínos desde cuando conocías a Felicitación.
- ¿Perdón?
- Sí, José
Luis, por favor, cuéntanos
desde cuando conocías a Felicitación González.
- Bueno, en realidad creo que desde que me mudé a este piso, hace un par de años.
- Cuéntanos cómo era ella.
- Pues..., la verdad es que apenas había relación, yo...
- ¿No era una
señora amable y cariñosa?
- Sí, sí, muy cariñosa.
- Y pacífica.
- Sí, muy pacífica, sobre todo pacífica.
- ¿Cómo eran vuestras relaciones?
- Bueno, pues unas relaciones normales, lo usual
entre vecinos...
- José Luis, algunos vecinos nos han contado que
en algunas ocasiones hubo ciertos problemas entre vosotros, pequeños enfrentamientos.
- ¿Enfrentamientos?,
¿qué clase de
enfrentamientos?
- Bueno - dijo ella alargando la ``o'' final como
si una gran amenaza se cirniera sobre mí -
Felicitación era una señora que amaba la tranquilidad y muchos días no pudo dormir debido al volumen de tu aparato
de radio y de televisión. ¿Es cierto eso?
Yo me quedé sin habla
unos segundos. Apenas recordaba aquellos días sobre
los que se me preguntaba. Sentí como la
presentadora y la cámara me
observaban expectantes. Por suerte en pocos segundos noté que ciertas palabras de justificación empezaban a pedir paso a través de mi garganta.
- Sí, bueno, en
muy raros casos tuvimos unas palabras diciéndome que
bajase la radio y...
- ¿No es
verdad - me interrumpió ella - que
Felicitación, una señora educada y amable como ya saben nuestros
telespectadores se vio obligada a subir a tu piso a altas horas de la madrugada
para decirte que por favor bajases el volumen de la radio?
En ese momento yo intenté matizar que en realidad no fueron ``altas horas
de la madrugada'' y que además no hubo
ningún ``por favor'' pero
ella volvió a interrumpirme con su
decisiva voz almibarada y televisiva.
- Veamos el testimonio de una de las vecinas de José
Luis y Felicitación sobre lo ocurrido uno
de aquellos días.
Dicho esto en el monitor que frente a nosotros se
encontraba apareció una de mis vecinas con
su redonda cara llenando la pantalla y explicando de forma vehemente y gritona
como la pobre Felicitación no podía dormir por culpa del golfo que vivía encima. Si aquello hubiese sido una película de gansters
estaba ya claro quién era el malo. Yo, pobre de reflejos y falto de reacciones
como pocos me descubrí mudo y
entregado, y esperando inocente la siguiente
bofetada.
- José Luis - continuó ella mirándome como
si fuese un maniquí de entrenamiento para
presentadores - ¿Qué fue lo que ocurrió entre Felicitación y tú el pasado
día 24, es decir, cuatro
días antes de su suicidio?
De nuevo quedé paralizado. La pregunta se repitió retumbando en mi cerebro: ``¿Qué fue lo que
ocurrió entre Felicitación y tú el pasado
día 24, es decir, cuatro
días antes de su
suicidio?''. Revolví con prisas
mis pensamientos como si fuesen papeles viejos intentando recordar algún detalle antes de que fuese demasiado tarde.
Carmen Guerrero me observaba mirando de reojo detrás de mí. Al final
hizo una seña al realizador y otra
de mis vecinas, en este caso la portera de la finca, fregona en ristre y toda
orgullosa de salir en televisión, apareció en el monitor para relatar con gran dramatismo
como yo el mencionado día reprendí, increpé y hasta
insulté a la pobre anciana por
no haber podido evitar que uno de los pequeños gatitos que ella criaba hiciese sus
necesidades en no mejor sitio que delante de mi puerta. Mientras observaba los
gestos aéreos y la cuidada
escenificación de la portera sólo pude lamentarme de que en aquellos días no hubiese ocurrido un asesinato sangriento,
una violación múltiple, un secuestro misterioso, una violación con homicidio, una desaparición combinada con secuestro, combinada con
asesinato, o con ambas cosas a un tiempo, o quizás mejor que una virgen hubiese llorado sangre, o
algún labrador hubiera
divisado un OVNI, cualquier cosa con tal de que no hubiese sido necesario que
nadie se acordase de mí y de mi
difunta vecina. Una vez la portera convertida en improvisada testigo de cargo
desapareció de la pantalla, Carmen
Guerrero, después de un calculado
silencio, se volvió hacia mí.
- José Luis, ¿no sentiste en aquellos momentos compasión por una anciana cuya única compañía era la de
unos pequeños gatitos que ella
cuidaba y alimentaba?, ¿no eras
consciente entonces del daño que le
hacíaas con tu actitud hacia
un hecho tan nimio e inofensivo?
Abobado e incapaz de aportar de aportar alguna
palabra a aquellas frases retóricas tan
redondamente construidas, contemplé y escuché como después de
novelar con gran imaginación el efecto
que mi bronca produjo sobre Doña
Felicitación González, la inmensa depresión en la que se vio sumida, la inacabable soledad
en la que se encontraba y la angustiosa ausencia de personas queridas, Carmen
Guerrero, con el gesto encogido y mirando fijamente a la cámara, y cuando ya estaba a punto de producirse el
suicidio, dio paso a la publicidad.
La musiquita insulsa de su programa llenó de nuevo el salón y yo, liberado de la omnipresencia agobiante
del directo me levanté como un
resorte con la boca llena de todas las palabras que antes no pude encontrar.
- ¿Qué significa esto?, viene
usted a mi casa sin ni siquiera pedirme permiso, me llena el salón de cámaras y
luego monta una novela a mi costa. ¿Cuánto va a durar esto?, ¿es que se
cree que le voy a seguir el juego hasta el final?
Ella me miraba simulando tener la mente ocupada y
sin decir nada.
- Además yo no
fabrico armas. Soy espectroscopista.
Dicho esto me encerré en el cuarto de baño donde intenté buscar unos instantes de tranquilidad. Sin
embargo, pronto el realizador comenzó a aporrear
la puerta.
- ¡Dese prisa
que entramos en el aire!
- ¡Ya voy,
joder!
De nuevo me ví sentado frente a frente con la locutora. Cuando
escuché por tercera vez la
musiquita insulsa que alguien con pésimo gusto
eligió de sintonía tragué saliva.
Había bastado medio
programa de televisión para
sentirme aterrorizado ante el directo. Carmen Guerrero volvió a cruzar sus piernas y a mirar con su sonrisa el
objetivo de la cámara. Mientras tanto yo
me agarré despavorido a los
brazos del sillón.
- Bien, seguimos con nuestro invitado de hoy, José
Luis, vecino de la tristemente fallecida Felicitación González.
José Luis, ¿hubo en
alguna otra ocasión un enfretamiento
similar con Felicitación, alguna
discusión, algún problema, algún roce?
- Salvo el desafortunado incidente ya...
comentado - mi falta de temple me hizo reconocer si no estaba ya del todo clara
mi culpabilidad - no, ninguno, que yo recuerde.
- ¿Tampoco
después del desafortunado
incidente que dices?
- Creo que... no
- Evidentemente no pudo haberlo, puesto que no la
volviste a ver.
Debí ponerme
blanco. Tenía razón. Me había tendido
una trampa y yo había caído en ella inocentemente. La rabia me hizo
agitarme nervioso en el asiento.
- José Luis - ella modificó su postura con un estudiado movimiento - yo
querría preguntarte si con tu
madre habrías actuado de una forma
similar.
- Hace ya bastante tiempo que no vivo con mis
padres - contesté con brusquedad.
- ¿También te han abandonado?
- No, no me han abandonado, están jubilados y viven en Cabezuela del Valle desde
hace siete años.
- Ah, ¿eres
extremeño?
- Sí, soy extremeño, ¿es que hay
algo malo en ser extremeño?
Ni siquiera me contestó. Se volvió hacia la cámara en cuya presencia se encontraba tan cómoda, ese instrumento demoníaco que manejaba como un prestidigitador, seduciéndolo y amándolo,
tanto a él como a los que se
encontraban dentro de él, observándonos con la boca abierta, prestos a creerlo
todo.
Ya todo empeoró desde ese momento. Mi torpe defensa acerca de mi
condición de extremeño solo fue el
principio. Mis vecinos desfilaron
delante de las cámaras. La pintora del
tercero izquierda, una mujer desequilibrada pero que resultaba simpática en la pantalla, los hijos de los del
segundo, que con clásica
inocencia infantil repitieron casi lo mismo que se les preguntó, el presidente de la comunidad, que dio la
imprescindible opinión oficial,
y hasta el abuelo de la familia que vivía enfrente
de la portería, un señor mayor que aunque sólo fuese por puro sentido corporativo entre
jubilados se unió al linchamiento
general y se puso de parte de la difunta. Todos alimentados por la sensación del suceso, la presencia de periodistas, el éxtasis del protagonismo, y ese sentimiento que
hace que cualquier persona desde el momento que muere es por definición buena y santa.
Con los focos cegándome los ojos mi interrogatorio continuó y a cada pregunta mi veredicto de culpabilidad
iba cobrando cada vez más fuerza.
Yo era definitivamente culpable. Culpable de no dejarla dormir, de haberla
gritado, de no interesarme después, de no
pedir perdón, de no ir tras ella
con mis excusas, de no haberme percatado que era un ser humano como mi madre,
de no haber pensado que se podía suicidar,
de no haber llegado a tiempo, de no haber cerrado el gas, de no haber avisado
al asistente social. Poco a poco me fui hundiendo en el asiento aplastado por
el directo, no sabía lo que decía, era un juguete en manos de la locutora. Miré aterrado el objetivo de la cámara y vi a millones de personas observándome, ancianas con lágrimas en los ojos que miraban con indignación aquel depravado extremeño y fabricante de pistolas láser, maridos en alpargatas que se quejaban de lo
mal que está el país, amas de casa que blandían con saña un
tenedor, los niños que llamaban a
gritos a sus madres, ``¡mira mami, un asesino de viejas!''. Yo ya no controlaba los
propios gestos de mi cara por que ya no me pertenecían a mí, eran ya
patrimonio de la audiencia, yo ya era mi propio retrato-robot, giré mi cabeza para que me viesen de perfil, terminé creyendo en mi propia perversidad.
- José Luis - Carmen Guerrero se dirigió por última vez
hacia mí - ¿Has pensado que puedes ser acusado de ``inducción al suicidio''?, ¿te has dado cuenta de que puedes terminar en la cárcel?
Un escalofrío me
recorrió la espalda. Las manos
me temblaban y mis ojos empezaron a parpadear nerviosos. No pude decir nada.
Bajé mi cabeza y la escondí entre mis manos. Mientras sollozaba noté el cosquilleo de la cámara en mi nuca. Ella guardó un silencio tétrico.
- Bien señores
telespectadores, sirva este conmovedor testimonio de arrepentimiento para dar
un toque de atención sobre la situación de tantos y tantos ancianos que a lo largo de
toda la geografía española viven solos y abandonados de sus familiares,
personas mayores que muchas veces sólo
necesitan de una palabra amiga, o un trato amable para seguir viviendo.
Tengamos pues siempre presente la triste experiencia de Felicitación para que de ahora en adelante, todas las
personas mayores que cerca de nosotros viven sean un poquito más tenidas en cuenta, un poquito más queridas por todos nosotros.
Nada más. Les
dejamos con la película. La próxima semana un capítulo más de ``Las
cosas de la vida''. No falten a la cita. Hasta entonces buenas noches a todos
amigos.
La musiquita insulsa volvió a escucharse de nuevo. Carmen Guerrero se levántó rápidamente del sillón y comenzó a moverse
agitadamente de un lado a otro.
- ¡Fantástico, fabuloso!, ha quedado genial. Seguro que
esta semana batimos el record de
"share". Quien lo iba de decir de asunto tan poco atractivo en
principio.
Entonces se dignó a mirarme. Una sonrisa se le dibujó en la cara.
- Venga chaval, no te pongas así, tómatelo como
una broma.
La rabia se me agolpó a borbotones en la cara. Salí disparado hacia ella con mis manos medio metro
delante de mí. Mientras la
estrangulaba la escuché decir
entrecortadamente: ``La cámara...
argl, ...la cámara, ¡conectad la cámara!''.
***********
En estos momentos me encuentro en la celda número treinta y cinco de la cárcel de Aranjuez. Cumplo una condena de cinco años por el asesinato de la presentadora de
televisión Carmen Guerrero. Sin
embargo, no me quejo. Mi abogado a pesar de ser de oficio ha hecho un buen
trabajo. Aunque el crimen se encontraba grabado en video (de hecho además de servir de prueba en el juicio fue utilizado
con éxito para incrementar
espectacularmente los índices de
audiencia de su cadena de televisión) mi
defensor consiguió alegar con gran
fundamento Enajenación Mental Transitoria. A favor de esta tesis el tribunal tuvo en
cuenta las frases que se encontraban grabadas: ``te vas a tragar la cámara, cerda'' o ``aquí tienes el crimen de tu vida'', así como mis gestos después del crimen arrodillado y haciendo reverencias
frente a la cámara pidiendo perdón. Soy muy popular en la cárcel, me conocen por varios y cariñosos motes como ``El loco del plató'' o ``Asesino nato'' y gozo de gran fama también en el exterior. Ya me han hecho varias
entrevistas (esta vez no hubo muertos) y voy a grabar un disco. He abandonado
la espectroscopía. Ahora me voy a
dedicar al cine. Ya me han ofrecido un papel en una película.
Soy feliz. La televisión ha cambiado mi vida.